jueves, 19 de noviembre de 2009

CUATRO ESCRITORAS JUDEO-ARGENTINAS: ENTRE LA TRADICION Y LA EPOCA ACTUAL


El propósito de este ensayo es convocar a cuatro escritoras argentinas de origen judío que publicaron una novela cada una entre los años 1999 y 2006. No se trata de realizar comparaciones o exhaustivos análisis literarios; la propuesta es hallar elementos característicos judíos que permitan señalar tendencias dentro de esta rama específica de la literatura. De acuerdo al año de publicación de la obra a considerar, las cuatro autoras son: Manuela Fingueret, Paula Margules, Alicia Steimberg y Silvia Plager.

HIJA DEL SILENCIO, Manuela Fingueret

En la novela “Hija del Silencio”, publicada en 1999, Manuela Fingueret describe la prisión de Rita, la protagonista, en un centro clandestino de detención durante la dictadura militar argentina de 1976-1983. Encapuchada, desde su celda inmunda, evoca, sin orden preciso, su niñez, adolescencia y juventud. Y a la vez, con unos pocos datos aportados por su madre, llamada Tínkele, en idish, entre medias palabras y largos silencios (aludidos en el título de la obra) más algunos objetos que Rita encuentra casi por azar, entre los que se cuenta una Estrella de David amarilla, reconstruye su vida en Minsk, el campo de Terezin[1] y finalmente Auschwitz, durante la Segunda Guerra Mundial, además de iniciarla en el estudio del Holocausto (139-40)*. De modo que la Shoa adquiere un presente perturbador ya que Rita asimila su encierro al que debió soportar su madre, estableciéndose un paralelismo entre ambas situaciones extremas.

Pero no solamente Tínkele se revela como la figura central en la mitología personal de Rita; aparecen también sus abuelas Jasia y Rivka, asimismo víctimas de la Shoá, y de modo emblemático Eva Perón, integrada a la imagen luchadora de su abuela y madre (17), una mujer a la que no le dejaron concluir su destino (20) y que despierta su militancia revolucionaria. Su obsesión, entonces, al abrazar la causa, es convertirse en heroína, en vengadora de Tínkele (33).

BRUJULA AL SUR, Paula Margules

En junio de 2000, la editorial Emecé publicó la novela ganadora de su prestigioso certamen literario, titulada Brújula al Sur, de la escritora Paula Margules.

Con un trasfondo de violencia, corrupción y muerte, la novela registra la amistad entre tres hombres, dos que rondan los cuarenta años y el otro, mayor, a quien llaman el Viejo o el Abuelo. Uno de los más jóvenes es David Soifer que con el anciano, Víctor o Victorio, comparten su origen judío; en tanto, Walter Villegas, periodista de profesión, no lo es.

Brújula al Sur se inicia con la misteriosa muerte de Villegas, quien cae de un piso 13. Quienes lo conocían no dudan de que la muerte fue un homicidio, cometido por la persona para quien trabajaba escribiendo comentarios elogiosos sobre sus actividades públicas, que ocultaban la verdadera naturaleza de sus operaciones. Aparentemente, Villegas, de manera consciente o no, empezó a acercarse demasiado a los afanes de su patrón.

Entre los papeles que dejó, aparece un texto que es un rápido recorrido de la historia argentina. Este relato, o mejor dicho relación, abarca en la obra de Margules unas cincuenta páginas, y lleva por título: “Breve historia de un país contradictorio. Que sería divertida si no dieran tantas ganas de llorar”, y abarca desde el Virreinato del Río de la Plata hasta las elecciones presidenciales de 1999. No sólo se refiere a política o economía, sino que incluye una amplia gama de sucesos culturales, sociales y de la vida cotidiana, escrito en un tono despojado de solemnidad y con observaciones sumamente agudas por parte de la autora que revelan su pertenencia al judaísmo.

LA SELVA, Alicia Steimberg

En noviembre de 2000, Alicia Steimberg presentó la novela “La selva”, que narra la vida de Cecilia, una mujer que se acerca a los sesenta años, y que tras soportar momentos muy difíciles parece haber encontrado el amor y la seguridad en un hombre que conoce en forma casual en un spa brasileño, donde ha sido exiliada para recuperarse física y espiritualmente del terrible agobio que ha significado lidiar con un hijo adicto a las drogas.

Cecilia ha tenido una vida difícil. Un matrimonio malogrado le deja dos hijos, Francisco y Tomás, que viven en Europa. Una segunda chance para alcanzar la felicidad viene de la mano de Dardo, un ingeniero que es padre de Sebastián, estudiante aplicado de Medicina. De esa unión nace Federico. A pesar de las peleas y los entredichos, consiguen sobrellevar una convivencia y conformar una familia por más de veinte años, hasta la muerte de Dardo, víctima de cáncer.

Federico comienza a tener problemas de conducta desde niño, que se agravan con la enfermedad y posterior fallecimiento de su padre. Termina en el consumo de drogas y adquiere un temperamento violento orientado hacia Cecilia. Por consejo de los médicos, ella rompe definitivamente el vínculo y se aísla en el mencionado spa, donde deja transcurrir sus días, mecida por la paz que le brindan las pastillas bienhechoras, la calma del escenario y la relación con Steve, un biólogo norteamericano que también está en proceso de curación.

“La selva” no es una novela de temática judía propiamente dicha sino que cede ante la cruel realidad que no reconoce pertenencia étnica ni religiosa, como es el consumo de drogas.

Pero esto no significa que esté ausente. El recurso que emplea Alicia Steimberg es lo implícito, lo que está allí aunque no se dice expresamente. Es un elemento más que se une al paisaje. No predica el judaísmo ni le da una cualidad épica y aparece sin ser convocado, como una presencia que fluye natural y espontáneamente. Desde las actitudes propias de la “idishe mame” que adopta Cecilia para culparse de lo que le sucede a su hijo menor: “Busqué en el caos la infancia de Federico... dispuesta a encontrar el nudo que no supe desatar, y que seguramente encerraba el secreto del drama...” (157) o “¿Qué hice mal? ¿No lo quise lo suficiente?” (165), hasta cuando fantasea con su casamiento en una ceremonia ecuménica, ya que ni ella ni Steve son religiosos, con un sacerdote católico del ala tercermundista y un rabino muy progresista. “Steve es de familia irlandesa y católica. He vivido entre católicos y judíos” (155).

LA RABINA, Silvia Plager

La Rabina, novela de Silvia Plager, finalista del premio Planeta y publicada en 2006, narra el intenso viaje de Esther Fainberg, su protagonista, hacia la concreción de su deseo de convertirse en rabina. El tono de la obra y los obstáculos que debe sortear quedan plasmados en el segundo párrafo cuando su padre le dice: “Esther, sólo lograrás hacer daño a tu comunidad, a tu familia, a tu matrimonio. Y lo que es peor, arruinarás tu vida. Ninguno de los tuyos tuvo que ser rabino para saber quién era. Les bastaban sus muertos, sus costumbres, sus comidas...” (13).

Es entonces entre esta dicotomía que se desarrolla el texto. Pero no sólo la compulsa de Esther es con sus familiares y relaciones, también es con su propio ser. La duda es su compañía desde que recibió la “revelación”, como lo define, algo que se había iluminado dentro de ella (97) y reafirmado cuando conoció la trágica y significativa historia de Regina Jonas2, la primera mujer rabino de Alemania, mártir en Auschwitz (21).

A los veintiocho años, Esther se pregunta qué es ser judía (17). Y también es el interrogante que plantea Plager y que intenta responder a partir de un colorido mosaico de personajes, constituyéndose cada uno en un arquetipo.

“La rabina” aparece, entre las novelas que estamos tratando, como la de mayor compromiso con el judaísmo. Todos los personajes centrales son judíos así como los temas que aborda. El amplio espectro de discusión abarca posiciones ortodoxas, conservadoras, reformistas y construccionistas. La relación ante el judaísmo, desde el purismo intransigente (que pretende Esther), pasando por la observancia sólo en los días festivos (su familia , su esposo Robert) hasta un sentido ecléctico (Brenda, la amiga, que combina elementos judaicos con hinduistas, entre otros). La diáspora e Israel en la frustrada experiencia familiar y los que hicieron de Israel su hogar, los que lucharon en la guerra de la Independencia.

Hacia una teoría general

He resumido hasta aquí las líneas argumentales de las novelas tratadas. A partir de este momento intentaré abordar algunos temas específicos conducentes a elaborar una teoría general que me lleve al propósito enunciado al principio, esto es marcar una tendencia en lo que se refiere a la obra literaria de autores judeo-argentinos de comienzos de siglo XXI.

Como se puede apreciar en todas las expresiones, los judíos aparecen como habitantes de grandes ciudades, son judíos urbanos. Excepto “La rabina”, cuyo eje central se ubica en Nueva York, admirablemente retratada al punto que puede considerarse un personaje más, además de Jerusalem y Tel Aviv, y una lejana Buenos Aires, velada entre los recuerdos de niñez y primera adolescencia, es esta capital la que será testigo de los avatares de los personajes de las otras novelas. Pero no hablo de una mera localización geográfica, sino de barrios, sitios, calles específicas en donde se desarrollan las historias narradas3.

Si estamos entre judíos no podemos dejar de hablar de las comidas, las actuales y las que llegan a través de la memoria. Leemos en “Hija del silencio”, “noches cargadas de pan ázimo y licores. Noches con sabores de la abuela Jasia” (134), “Olor a papa y arenque” (184), Tínkele siempre recuerda los leikaj4 que hacía su madre (209). Margules, en “Brújula al sur”, señala la costumbre del Abuelo de pasar las tardes en el McDonald´s del Abasto leyendo el diario mientras toma té en vaso de vidrio y come strudel5, un privilegio que consiguió en la era de los descartables (62).

A pesar de ser una novela con tan escasas referencias judías, “La selva” aborda el tema de las comidas como puntal en su identificación. Lo vemos cuando Cecilia prepara una cena para agasajar a Steve. “De postre, los blintzes de Pentecostés6, que es la única comida judía que sé hacer. Son panqueques rellenos de requesón endulzado y pasas de uva, cubiertos de azúcar impalpable y canela. Bah, qué sé yo si así eran los auténticos blintzes...” (60), o el hígado de ternera finamente picado para luego agregarle cebolla picada, sal y aceite, la receta preferida de Dardo que le preparaba Berta, su madre (64).

Por su parte, en “La rabina” se menciona un amplio conjunto de comidas tradicionales tales como las sopas, las carnes, el guefilte fish7, el hígado con cebollitas, los kreplaj8, los pastrones9, las aves... (89) y los buñuelos de espinaca, latkes verdes, receta que inventó la madre de Esther para que los chicos comieran verduras (30); pepinos agridulces, ensalada de repollo, rábano picante, pan de centeno... En la fiesta de ordenación rabínica de Esther (345).

Otro tema es el idish, que se constituye en un refugio común, un territorio de encuentro.

En “Hija del silencio”, este idioma adquiere ribetes dramáticos. Rita, prisionera, lo emplea como un puente de unión con su madre: “Me sentaba a su lado en silencio y ella tarareaba cierta canción aprendida de su madre” (19), y una letanía que Tínkele repetía ante lo imprevisto: Got alein vest! (Sólo Dios sabe!), en su boca se convierte en un grito personal de rebeldía (21 y 69). David Soifer, de “Brújula al sur”, utiliza lo poco que sabe en dichos y frases que redondean grandes sentencias (69), mientras que para los mayores es memoria de tiempos idos. Cecilia desconoce el idish por completo10. Mientras que para Esther Fainberg es un conflicto que la lleva a desestimarlo en beneficio del hebreo: horas antes de rendir su examen final, se deja consolar por Saúl, segundo esposo de su abuela, que le canta una canción que habla de un caldero en el que arde un fueguito y de un rabino que enseña Torá a los niños. Ella, embarazada, al quedarse sola, le canturrea en hebreo al hijo por venir (343).

Ya hemos visto la importancia central que adquiere el Holocausto en “Hija del silencio”. Se halla ausente en “La selva”, aunque Alicia Steimberg trató el tema en otras de sus novelas11 . Margules junto a esta cuestión introduce también la inmigración al referir que “El Viejo nació en Galitzia, llegó a la Argentina sin idioma, sin dinero, sin documentos, sin trabajo, sin casa”, pero con esposa y dos hermanos de ella (19). “El nazismo le llevó a su familia, a todos” (20). La presencia del Holocausto en la novela de Plager es fuerte. Allí, León, el padre de Esther pierde a su familia, que incluye a hermano, su esposa y pequeña hija. El recuerdo es constante y condiciona sus sentimientos hasta en la aspiración de que su primer nieto varón lleve los nombres de su hermano (88). La contraparte es Saúl, quien, como sobreviviente, prefiere dejar atrás esa negra noche y dedicarse a vivir, disfrutando de todo y tomando con humor las cosas como vienen.

En cuanto a la relación con Israel, solamente Manuela Fingueret y Silvia Plager colocan en plano destacado la posición de sus personajes con respecto al Estado judío; Paula Margules, solamente hace una referencia secundaria. Y, curiosamente, en los dos primeros casos es el padre de las protagonistas el que se muestra proclive a la emigración hacia ese país, en tanto las respectivas madres son reacias a dar ese gran paso. El padre de Rita era el relator minucioso de historias, desde la Biblia hasta las familiares, y quien sostenía su vínculo con el pasado del pueblo (14) . Sus temas favoritos eran el destino de Israel, su sobrevivencia, el idish, los escritores legendarios (16). Fue él quien le pasó el fervor sionista y su pasión por Israel (16), aunque su militancia la empuja hoy a rechazarlo, es incapaz de desterrarlo del todo de sus afectos (169). La obsesión de la madre, por el contrario, era rogarle que no se le ocurriera hacer “aliá” 12(169).

León Fainberg, padre de Esther, vivía en la tranquilidad que le podía deparar el idish, hasta que una sobrina se casó con un no judío. Entonces, temeroso de que esa situación se repitiera con sus hijas, decide irse a Israel. Su esposa Sara no quiere dejar su casa, sus padres, su negocio y su pertenencia a Hebraica, pero es alentada por su progenitor bajo la promesa de que detrás de ellos, se irían todos. Eso no se cumple (50). Y cuando llegan a Israel, la desazón es mayúscula ya que no encuentran la Israel bíblica ni la que mostraban las películas de la Agencia Judía (57). Luego de intentar un negocio fallido en Tel Aviv, el hermano salvador los lleva a Nueva York, donde finalmente se establecen.

Un elemento que caracteriza a todos los personajes de las obras estudiadas es el sólido atributo intelectual con que cuentan. Rita reconoce que de su madre heredó el amor por las artes (141), sin embargo es su padre quien la guía a través de los caminos de la cultura. Siente desdén por la ignorancia ajena, al igual que éste, quien consideraba a los incultos como parias involuntarios; para él eran shmoks, es decir, imbéciles y que “viven porque el aire es gratis” (26). Prefiere a Mozart o el violín de Jeifetz a los folkloristas o tangueros (10). Adicta a la lectura, con los libros armó un espacio de convivencia (15),que incluye bastante de poesía, algo de novela (16); inclusive escribió algunos poemas y daba charlas y talleres sobre literatura.

David Soifer es profesor de historia, escritor, publicó dos o tres libros de poesía y algunos artículos en periódicos y revistas de vida efímera. Goza de cierto prestigio académico y posee una importante biblioteca.

Cecilia es profesora de inglés y autora de novelas. Ha publicado varios libros que le han dado un bien ganado renombre, incluso ha participado en congresos fuera del país. Tiene gran cantidad de volúmenes, a pesar de ir dejándolos en el camino en sucesivas mudanzas escapando de su hijo, a pesar de eso en su último domicilio optó por bibliotecas pequeñas, separadas unas de otras, para que no resultaran abrumadoras (191).

Finalmente, Esther Fainberg demuestra ser una lectora muy dedicada ya que memoriza frases completas de la más diversas especies, tanto judías como no judías, religiosas y laicas (Lawrence Durrell, Mark Twain, Shalom Asch, William Blake). Ama los libros y le encanta el ámbito de las bibliotecas.

Saúl Sosnowski consigue una muy lograda imagen cuando define a los judíos como “índice de la resistencia”13 , mediante la cual los presenta como registro de lo diferente, cuestionador de la realidad, agresivo contra las verdades aceptadas como definitivas. El judío debe ser visto como la clave para comprender la turbulencia de ciertas historias y de todo tiempo. Y a partir de allí, interesar también al no-judío por su dosis de marginalidad frente a los ejes que adopta para definir su cultura y por la lectura renovada que hace de su propio pasado.

Rita se cuestiona a sí misma y se acusa de ser ambigua, de no poder definirse; en una palabra: dudar, y por eso no ser una militante cabal (62). Pero a la vez se rebela ante los lineamientos cerrados que imponen los principios con que se manejan sus compañeros revolucionarios (173). Defiende una manera personal de vivir la militancia y el peronismo, despreciando las certezas. Rita no desdeña aquello que le gusta, aunque a sus camaradas esos gustos le parezcan burgueses y, en consecuencia, reprobables. A pesar de todo, la consideran una “judía potable” porque jamás negó tal condición (189).

A través de su novela, Paula Margules ofrece una fuerte y descarnada visión de un país que aún no ha concluido de conformarse. El texto titulado “Breve historia de un país contradictorio. Que sería divertida si no dieran tantas ganas de llorar”, que forma parte del volumen, se traduce en una crítica intensa, en donde no están ausentes la ironía ni el humor o la más cruda reflexión, y que sin duda pasa a ser un exponente singular de la resistencia que habla Sosnowski. El material con que trabaja la autora es la memoria, el olvido, los recuerdos, elementos esenciales para construir una identidad.

Por el contrario, en “La selva”, Alicia Steimberg hace de Cecilia un personaje que lucha contra un destino personal aciago. La infancia desdichada, el amor truncado, el hijo perdido a causa de las drogas, la insatisfacción que traduce en esta descripción de sí misma: “Yo he estado contando mi historia durante no menos de cuarenta años. Mis libros son como esos libros para turistas que muestran ruinas de épocas pasadas, con otra página transparente sobre ellas, cuyos dibujos completan las casas y los templos para mostrar cómo fueron realmente” (180). Y que de pronto tiene una nueva oportunidad y la acepta a pesar de sus temores, sabiendo que puede llevarla a una nueva decepción. Porque lo que importa es la vida, por siempre.

Por otra parte, las batallas que Silvia Plager hace librar a Esther Fainberg, en “La rabina” son producto del descontento que le provoca su propio judaísmo y el de los demás. Harta del ritualismo y las apariencias, Esther se siente en la necesidad de bucear en sus propias raíces, capitalizar sus experiencias y poner al descubierto la falsedad de ciertas verdades y certezas. Para ello, el mejor antídoto es la duda, punto esencial en la construcción del edificio judaico, aunque esta actitud la enfrente con quienes se oponen a esta nueva mirada.

CONCLUSIONES

A partir de las consideraciones precedentes, ¿es posible delinear el perfil de un personaje judío en la narrativa judío argentina del siglo que recién ha comenzado? Sin tratar de poner las ideas en un lecho de Procusto, encuentro ciertos elementos que me permitirían ensayar algunos rasgos distintivos. La ciudad es su ambiente geográfico excluyente; es culto, generalmente universitario, orientado hacia las carreras humanistas, no científicas; amante de los libros y la cultura en general. Israel adquiere connotaciones diferentes de las que representaba para la generación anterior y el Holocausto es un nuevo gen incorporado a su mapa genético, aunque no siempre se manifiesta. El idish, sin entrar en su ámbito específico, es uno de los puntos que lo unen con el pasado, igual que las comidas u objetos que permanecen en las familias como reliquias, esto es el nexo que lo comunica con sus raíces y a través de ellas explora su identidad, en la cual la memoria y el olvido juegan un papel decisivo. Su pasado y presente en permanente revisión lo lleva a trasponer umbrales y colocar en entredicho el mundo que lo rodea. Cuestiona todo, tiene más dudas que certezas, circunstancia que para él (ella) es un punto en su haber antes que un defecto. Se reconoce a sí mismo como miembro integrante del universo multicolor y atractivo que es su paisaje habitual, ha dejado atrás el gueto y las limitaciones que imponía, con lo cual su búsqueda no tiene límites.

Hasta aquí este ensayo de ensayo que pretendió lanzar algunas líneas cuyo desarrollo permitirán conocer más con profundidad el difícil arte de ser un escritor judío en estas latitudes y en esta era en particular.

BIBLIOGRAFÍA ESPECIAL

Manuela Fingueret.. Hija del Silencio. Planeta, Buenos Aires,1999.

Paula Margules. Brújula al sur. Emecé Editores. Buenos Aires, 2000.

Alicia Steimberg. La selva. Alfaguara. Buenos Aires, 2000.

Silvia Plager. La rabina. Planeta. Buenos Aires, 2006.

BIBLIOGRAFIA GENERAL

Aizemberg, Edna. Books and Bombs in Buenos Aires. Borges, Gerchunof and Argentine Jewish Writing. Brandeis University Press, New England (USA), 2002.

Birmajer, Marcelo. Escritores judíos después de la dictadura militar. Recreando la cultura judeo-argentina. Editorial Milá. Buenos Ai­res, 2002, pgs. 73-78.

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Feierstein, Ricardo. Las generaciones literarias judeoargentinas. Recreando la cultura judeo-argentina. Editorial Milá. Buenos Ai­res, 2002, pgs. 32-52.

Freinkel, Pablo A. Escritores judeo-argentinos. Una literatura desde la provocación. Recreando la cultura judeo-argentina., Buenos Ai­res, 2002, pgs. 236-41.

Freinkel, Pablo A. Ser personaje judío en la narrativa argentina del siglo XXI, en “El tiempo y las palabras: Literatura y Cultura Judía Latinoamericana Contemporánea”. Stephen Sadow, editor. Hostos Review/ Revista Hostosiana. Instituto de Escritores Latinoamericanos, división de la Oficina de Asuntos Académicos de Hostos Community College de CUNY. New York, octubre, 2006.

Meter, Alejandro. El rol de la ficción en la narrativa después de la dictadura. Recreando la cultura judeoargentina/2. Literatura y Artes Plásticas. Editorial Milá, Buenos Aires, 2004. Tomo 1, pgs. 164-76.

Senkman, Leonardo. La identidad judía en la literatura argentina. Pardés, Buenos Aires, 1988.

Sosnowski, Saúl. La orilla inminente. Escritores judíos argentinos, Edito­rial Legasa, Buenos Ai­res, 1987.

Steimberg, Alicia. Cuando digo Magdalena. Planeta. Buenos Aires, 1992.

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Viñas, David. Literarura argentina y política: de Lugones a Walsh. Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

Wang, Diana. El silencio de los aparecidos. Acervo Cultural. Buenos Aires, 1998.

PABLO A. FREINKEL

Nacido en Bahía Blanca (Argentina) en 1957. Licenciado en Bioquímica. Periodista y escritor. Publicó Diccionario Biográfico Bahiense (1994), Metafísica y Holocausto (ensayo, 2000) y El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés (novela, 2009). Expositor en los Encuentros Recreando la Cultura Judía, AMIA (2001, 2003, 2005, 2006), cuyas ponencias se publicaron en las respectivas compilaciones, y en el III Simposio Internacional de Estudios Sefaradíes, Cidicsef-Universidad Maimónides, de Buenos Aires. Segundo Premio en el Concurso de Ensayos AMIA 2004 sobre “Qué significa ser judío hoy”, editado por Editorial Milá. Colaborador del semanario Mundo Israelita y de la revista Nuestra Memoria, de la Fundación Memorial del Holocausto, ambos de Buenos Aires, y de publicaciones de Jerusalem y Nueva York. Traductor voluntario inglés-español de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg. Desde 1995, co-conductor del programa radial Kol Hashalom (La voz de la paz) de su ciudad natal. Corresponsal de Radio Sefarad (España).




[1]Terezin, campo de concentración alemán ubicado en Checoslovaquia, que tuvo la particularidad de permitir el desarrollo de distintas expresiones artísticas (música, pintura, literatura, teatro), realizadas por los prisioneros. Aunque los traslados hacia la muerte eran cotidianos y las condiciones de vida pésimas, hubo cierta buena predisposición por parte de las autoridades. Finalmente, cuando el avance de las tropas soviéticas era inminente, fue desalojado y los judíos llevados a Auschwitz, donde unos pocos sobrevivieron.

* Los números entre paréntesis remiten a los libros referidos en la Bibliografía Especial.

2 Nacida en Berlín en 1902, fue maestra de hebreo y luego se graduó de profesora de religión. Pero le negaron la ordenación al rabinato hasta que lo consiguió por medio de un rabino liberal. Luego fue convocada por algunas instituciones sociales judías. Por la persecución nazi muchos rabinos se exiliaron, y así ella logró predicar en una pequeña sinagoga. Fue obligada a trabajar en una fábrica y poco después la deportaron. En Theresienstadt trabajó junto a Víctor Frankl y enviada a Auschwitz, fue asesinada el 12-12-44. (61-3.)

3 Verbigracia: judíos en inquilinatos o conventillos de Parque Centenario, librerías de Corrientes entre Talcahuano y Callao, Academia Pitman de Av. San Martín y Donato Álvarez, en “Hija del silencio”; confitería de Warnes y Ángel Gallardo, Medrano y Corrientes, el Monumento por las Víctimas del atentado a la AMIA, nuevo elemento en el paisaje urbano, “Brújula al sur”; la calle Corrientes, centro de los cines y las librerías, Recoleta, Palermo, San Telmo, la Boca, en “La selva”.

4 Torta, especie de bizcochuelo.

5 Postre hecho con manzanas o membrillos.

6 Shavuot, en hebreo. Recuerda la entrega de Los Diez Mandamientos al pueblo judío al pie del Monte Sinaí, luego de su salida de Egipto bajo el mando de Moisés. Literalmente significa siete semanas, que es el lapso que demoraron en cubrir esa distancia. Se acostumbra consumir alimentos lácteos.

7 Albóndigas de pescado.

8 Pasta rellena.

9 Fiambre de carne del pecho del animal, de acuerdo al ritual casher.

10 En una de las paredes de su estudio o lugar de trabajo pende “Un gran póster con vidrio y marco... Representa a un viejo relojero ante su mesa de trabajo. El hombre ha abandonado sus viejos instrumentos y los relojes desarmados para leer el diario. No sé qué dicen los grandes titulares en idish ...” (71).

11 Cfr. Cuando digo Magdalena.

12 Emigrar a Israel.

13 Saúl Sosnowski, La orilla inminente. Escritores judíos argentinos, Edito­rial Legasa, Buenos Ai­res, 1987, pg.11.

lunes, 14 de septiembre de 2009

POSIBILIDADES Y RIESGOS DE UNA VIDA EN EL MARGEN

Plantear como pregunta el significado que tiene en la actualidad ser judío implica de hecho la existencia de un conflicto sobre identidades. Asimismo, sugiere una búsqueda que defina esencialmente los límites de esa condición.
­Cómo se es y en qué punto se deja de ser parecerían ser los extremos en que evoluciona la percepción que cada uno puede llegar a tener de la particu­laridad de pertenecer al pueblo hebreo. Digo percepción y digo particu­laridad porque ambos conceptos corresponden de manera unívoca a una experien­cia personal. Cada judío conoce y reconoce su judaísmo, que lo hace único frente al cuerpo de creencias, ideas, principios, historia, tradiciones y aconteci­mientos dolorosos y festivos que a lo largo de milenios ha ido componiendo el espíritu de la fe nacida al pie del monte Sinaí.
¿Es lícito hablar de selectividad en cuanto se refiere a la doctrina o se debe tomarla como un bloque inexpugnable? ¿Puedo elegir lo que me gusta más, lo que me resulta más atractivo y abandonar aquellos aspectos que me dejan un sabor amargo en la boca? ¿Me quedo con la alegría de Purim y la gesta mayestática de Pesaj, mientras hago a un lado la trágica noche del nazismo y los horrores de la Shoá?
Deberíamos decir que el judaísmo es uno solo, sin embargo los judíos somos muchos-aunque no tantos como desearíamos-, y apelando a una antigua fórmula afirmar que donde hay dos judíos, hay tres opiniones. Pues sí, ni la rígida ritualiza­ción que desemboca en el vacío ni el eclecticismo que conduce a la relajación de normas ancestrales. Si el judaísmo ha sobrevivido treinta siglos es porque supo conservar, a semejanza de una célula, su núcleo en un medio plástico, adaptable, poco convencional pero fuertemente convencido de sus valores.
¿Hasta hoy? Porque si preguntamos por su significado es debido a que encontra­mos una fisura en esa cubierta protectora, por la que puede derramarse al exterior su contenido o ser invadida por elementos que pondrían en riesgo la naturaleza de su ser.
Podríamos entonces empezar a considerar la naturaleza de esa fisura, o quizás mejor expresado, resquebrajamiento. Una cuestión de tales características puede responder a factores internos o externos. Los desencuentros intestinos que padecemos los judíos son milenarios pero responden a una dinámica propia que nos define y nos da ese cariz tan particular. Durante la mayor parte de nuestra historia esas diferencias se resolvieron, al menos en su superficie, cuando desde el exterior una amenaza se cernía sobre la comunidad y como un solo bloque la judería la enfrentaba, quizá manteniendo la individualidad de cada grupo, pero con un objetivo común. Tal como dramáticamente ocurrió bajo la dominación romana, en los años previos a la destrucción de Jerusalem (año 70 de la era común) cuando diferentes sectores quisieron llevar a cabo su propia guerra contra Roma. El resultado fue su radicalización, su aislamiento y la violencia entre ellos, con la posterior derrota ante los legionarios. Siglos de odio, intolerancia, apartamiento condujeron a la formalización de comunidades cerradas, con un contacto mínimo con el entorno circundante, reducido tan sólo a lo necesario y de manera totalmente impersonal. La última experiencia trágica en ese sentido sucedió durante la dictadura militar argentina, entre los años 1976-l983.
Como se puede observar, aun cuando la convivencia de los judíos dentro de su marco pueda ser conflictiva y, en algunos casos hasta destructiva (sin embargo, la vocación por la pervivencia es siempre muy superior a las tenden­cias tanáticas, si se permite el término), debemos posar nuestra mirada en el exterior y registrar los cambios en la temperatura política que se registran allí.
¿Es tan sólo cuestión de política? Yo creo que sí.
Los países en que la democracia como forma de vida llevada a su organización política constituye una tradición, poseen como elemento arraigado en sus constituciones el respeto a las minorías religiosas (aunque puede no existir la misma consideración hacia otras minorías, entre ellas, étnicas y sexuales). Ello trae consigo no sólo el respeto de la mayoría hacia las mismas, sino, funda­mental, el respeto de esas colectividades hacia su interior. El saberse respetado, protegido por las leyes, amparado por los más altos estrados de la justicia, promueve en la persona y su comunidad de origen una valorización creciente de sus potenciales y la seguridad que otorga confiar en el sistema. Aun cuando puedan cometerse errores o desviaciones malintencionadas, la red de instancias que asisten al ciudadano es tal que ellos pueden subsanar­se manteniendo incólume los principios consagrados.
En cambio, aquellos países en los que los valores democráticos no se encuen­tran arraigados, ya sea por ausencia de vocación de sus líderes, desinterés de sus habitantes, entregados a la ilusión demagógica de dirigentes carismáticos u obligados a una permanente discusión por temas sociales y económicos, que diluyen de sus horizontes otras perspectivas que hacen al fondo de una nación, o continuas interrup­ciones del orden constitucional ocasionando la anula­ción de proyectos que sólo a largo plazo pueden madurar y hacerse efectivos, las comunidades extrañas al tronco común mayoritario no tienen otra alternativa que procurarse a sí mismas el espacio en el cual desarrollarse y prosperar, material como espiritualmente, cuidando de no molestar al administrador de turno.
Ante la ausencia de un marco legal que proteja los derechos de esas colectivi­dades a diferenciarse precisamente de ese tronco común mayoritario, la tierra de nadie que supone esa carencia se manifiesta en la falta de respeto que debe existir hacia ellas, y como dije más arriba, se traduce en la dilución del propio respeto, que muchas veces se paga con el desvanecimiento de la identi­dad, la renuncia a valores esenciales y echando al olvido el cuerpo de doctrinas, tradiciones e instrucción que operan como referencias de esa comunidad. La mayoría de las veces este proceso no es voluntario. Se expresa como un lento deslizamiento por acomodamiento a una realidad que se hace cada vez más opresiva. Obra en el inconsciente y cuando la persona, tanto como su comunidad, advierten los nefastos resultados suele ser muy tarde. La asimila­ción se ha cumplido.
Este puede ser uno de los posibles desarrollos de los que he hablado al principio de este ensayo. La evolución desde un centro hacia una periferia, ­desde un judaísmo pleno hasta una pérdida total de sentido judaico. Y, por supuesto, una significación nula.
Sin embargo, la disolución de la identidad judía puede sobrevenir por causas más sutiles, mucho más elaboradas que la ausencia de un marco legal que regule el respeto entre mayorías y minorías. Hacia allí nos embarcamos.
En una época signada por el fin del pensamiento crítico, la ausencia de relatos fundacionales y la velocidad en que todo parece consumirse, la persona empieza a perder densidad. Cae en el abismo de la superficialidad, cede ante las presiones de un medio que es únicamente imagen. No hay tiempo para la cristalización; en el proceso, el sólido pasa a líquido y éste a vapor que es rápidamente disperso por los vientos de la renovación.
En este escenario sin matices, un factor definitorio como la identi­dad ha comenzado a perder su sentido. La identidad nos hace seres únicos, diferencia­dos, nos presenta al mundo con nuestra potencia de senti­mien­tos y posibilidades. Las comunidades, desde los grupos afines hasta las naciones, se conforman a partir de personas con rasgos comunes en su pensamiento y particu­laridades, base que sustenta a la identidad. Identidades múltiples nos hacen partícipes de colectividades diversas: el club, el barrio, la ciudad, el país, la religión, la cultura, los partidos políticos. A pesar de esa diversi­dad, en nuestro interior está presente el alma de lo que somos, de lo que nos hace ser una individualidad. Hoy la identidad aparece como un dique necesario para hacer frente al remolino de la unificación. Zygmunt Bauman asegura que "la búsqueda de la identidad es la lucha constante para dar forma a lo informe"(1). Más adelante sostiene que "las cosas deliberada­mente inestables son la materia prima para la construcción de identidades necesariamente inestables"(2). Con el propósito de dar forma a esta necesidad, ha surgido en los centros académicos franceses y estadouniden­ses un movi­miento denominado Multiculturalismo o Estudios cultura­les que intenta salvar la identidad cultural de los pueblos, en oposición a una supuesta identidad política devastada, cuyo objetivo es revalo­rizar las singularidades de cada grupo humano, pecularieda­des cultura­les, costumbristas, de producción y consumo, tradiciona­les en su más amplio concepto. Al reponer en un primer plano a esas comunida­des, se piensa que el fenómeno unificador se debilitará y terminará por perder eficacia, devolviendo la independencia a los sojuzgados habitantes del infierno consu­mista. En palabras de Beatriz Sarlo: "El multiculturalismo ha creado escena­rios llenos de promesas. Como forma de relativismo cultural afirma el lugar de la diferencia como espacio que debe ser respetado en términos democráticos y es relativamente optimista frente a la fragmentación de lo social y descubre el principio de la autonomía y de la resistencia en el despliegue de las diferencias culturales"(3).
Sin embargo, los estudios culturales carecen de una línea orgánica de pensa­miento, lo cual ha creado una mayor confusión en la situación actual porque al poner de manifiesto las cualidades intrínsecas de cada pueblo, generalmente al margen del centralismo europeo que representa la esencia de la Modernidad, lo que ha hecho es liberar atávicas condiciones de vida que en poco y nada pueden contri­buir a esa lucha que se proponen librar. Así, lo que parece ser un arma se convierte en una mera representación exótica que atiza el odio y el resentimiento antes que un justo reclamo de igualdad. Recuperar expresiones del pasado y exhibirlas como antecedentes para reivindicar derechos políticos no parece ser el camino a seguir. Por el contrario, se asemeja en mucho a un nuevo capítulo de la sempiterna confrontación entre el Modernismo y sus adversarios, entre la racionalidad y el irracionalismo, entre la civilización progresista y las oscuras ideologías que propugnan dictaduras redentoras.
En consecuencia, ¿cómo se conjuga un universo multicolor, atractivo, pleno de incógnitas, muchas de ellas actuando como disolventes de la propia identi­dad, con el ámbito del judaísmo?
Para lograr una aproximación, consideremos el siguiente modelo. Imagine­mos una esfera en el espacio. Al intersecarla con un plano, sobre éste queda delimi­tado un círculo y todos saben que la semirrecta que une su centro con un punto del perímetro de la circunferencia se denomina radio. Considere­mos que en el interior de esta figura plana hay una sustancia que se denomina "judaís­mo", cuya densidad es mayor en torno al punto central y que va disminu­yendo, a modo de gradiente, a medida que por el radio nos dirigimos al exterior, cuyo contenido es todo aquello que no recibe el nombre de "judaís­mo", representado por los elementos que he mencionado más arriba, y que constituye una fuerza atractiva de consideración, que supera a las fuerzas interiores próximas al perímetro. También aceptemos que la circulación a través del gradiente consume menos energía si nos movemos de adentro hacia afuera. La circunferen­cia es permea­ble, por consiguiente en los bordes la interacción entre ambas sustan­cias es posible, pero como el gradien­te es negativo hacia el punto central, el elemento que rodea al círculo no llega hasta él; se neutra­liza en alguna región. Considere­mos un punto que se traslada desde el centro hasta el exterior.
Este modelo me va a ser útil para explicar algunas situaciones. En torno al punto medio, la "concentración" de judaísmo es tal que no genera ninguna alternativa diferente. La religión, las tradiciones, las enseñanzas clásicas repelen cualquier mixtificación, las formas absolutas se transfieren de padres a hijos y no se ponen en duda los principios ancestrales. Las fuerzas internas son de tal magnitud que no permiten, sino raras excepciones, la diáspora de sus integrantes. Ocurre a veces, que ese punto central atrae a otros que se hallan alejados de él en un proceso inverso al que aquí estoy describiendo.
Entre el abigarrado sector lindante con el núcleo y el área próxima al margen, se desarrolla una extensa zona en la cual es posible aprehender los elementos externos sin abandonar los propios. Es decir, allí el judaísmo con sus virtudes prevalece pero no desdeña las cualidades que puede ofrecer el entorno, la interacción enriquece las perspectivas y el ideal sería que ese enriquecimien­to fuera mutuo.
Por último, en las proximidades del contorno y en íntima relación con el exterior se encuentra la franja más débil de los fundamentos judaicos. La gran presión que ejerce el animado mundo multicolor opera como un atractivo indisoluble que pronto atrapa las voluntades de quien precisamente se ve esquivo de voluntad judía. La emigración se verifica casi en forma espontánea y el yo ancestral se aniquila por la ausencia total de compromisos frente a la comunidad de origen.
Lo que antecede es un modelo y nadie asegura que se compruebe en un cien por cien lo expuesto. Sin embargo, puede ser de alguna utilidad a la hora de definirnos como judíos habitantes de ese universo abierto, fascinante, seductor, fuertemente cuestionador de nuestro ser, que describo más arriba. Para aquellos que acepta­mos la diversidad como algo que nos aporta cultura, conocimientos o distracción, el otro diferente se sitúa ante mí como referen­cia ineludible de mis valores. Pero cuáles son éstos que yo como judío puedo aportar a esa ecuación para que tenga sentido. Se trata, en palabras de Fernando Savater, del "mínimo común denominador" de los valores(4), y que entre los herederos de Moisés son los que nos fueron dados al pie del monte Sinaí, la ética, las palabras de los profetas, el respeto a la vida, los derechos humanos y quizás una mirada más experimentada de las cosas de este mundo. Desde un centro absoluto hasta un límite que licúa relaciones con la trascen­dencia (y que a pesar de ello no debe ser descartado como elemento de aprendizaje), el alma judía tiene los suficientes reparos para desarrollarse a partir de una educación consagrada a ponerlos de relieve y ofrecer así pautas que posibili­ten la vida en el margen, sin el riesgo de caer en la disolución. A partir de esta educación sólida, consolidada, daremos a nuestra comunidad la fuerza necesaria para reclamar los derechos que nos son inherentes ante las administraciones estatales, y además, hacia el interior de la misma, evitare­mos de raíz las preguntas acerca de la significación de ser judío en la actuali­dad y que al cuestionar nuestra identidad sólo aportan mayor confusión a la realidad circundante.

Notas
(1)-Zygmunt Bauman, "Modernidad líquida", Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 2002, pg.89.
(2)-Id. pg.92.
(3)-Beatriz Sarlo, "Sensibilidad, cultura y política: el cambio de fin de siglo", en "Observatorio siglo XXI. Reflexiones sobre arte, cultura y tecnolo­gía", José Tono Martínez (comp.), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2002.
(4)-Fernando Savater, "Globalización de los valores", en José Tono Martínez (comp).Op.cit.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

ESCRITORES JUDEO-ARGENTINOS: UNA LITERATURA DESDE LA PROVOCACIÓN

Una cuestión que podría generar un buen debate es definir qué tipo de cultura judía se desarrolló durante la última centuria y si influyó en la creación argentina como algo determinante o si fue solamente un elemento adventicio del gran tronco, que poco y nada contribuyó al árbol que representa a nuestro país en el bosque cultural de las naciones. Para acotar el enorme territorio que se conoce bajo la denominación de cultura voy a considerar la expresión literaria, de la que me considero ciudadano.
Alberto Gerchunoff, el celebrado autor de Los gauchos judíos, tuvo en cuenta no sólo la originalidad de sus historias sino la riqueza del idioma castellano, instrumento incondicional de integración a la nueva tierra. El maestro Gerchunoff nos legó un único mandamiento: hacer del idioma castellano nuestro idioma y en consecuencia preocuparnos por respetarlo, cultivarlo y, en lo posible, mejorarlo. En consecuencia, su buen uso debe ser una preocupación constante del escritor judeo-argentino. El desvelo permanente por el bien decir y mejor escribir ha sido el gen dominante en la transmisión de la palabra. Sin embargo, me pregunto si ésa ha sido una contribución apreciada a la hora de reconocer aportes fundamentales de los intelectuales judíos a la cultura nacional argentina.
Otra cuestión se refiere a la temática abordada por los escritores argentinos de origen judío.¿Qué identifica a un autor judío de un colega gentil?¿Para ser un creador literario judío se deben abordar temas exclusivamente judíos?¿Es suficiente que en una historia dada el personaje González se transforme en Bielinsky para transmutarse en una novela judía?¿Es una cuestión de apellidos?¿De sensibilidad?¿Raíces, tradiciones?
Me imagino que a Sholem Aleijem y a la pléyade de autores idish, que destaca­ron entre fines del 1800 y comienzos del 1900, estas cuestio­nes los tenían sin cuidado. Sumergidos en el mundo del shtetl­, aunque ellos mismos conocieran el mundo exterior, sus personajes no tenían otra alternativa más que ser judíos a pesar de algunas disidencias con el destino impuesto. Ellos eran judíos y los demás los veían como judíos. Algo similar ocurre en la narrativa del moderno Estado de Israel: Amos Oz o A.B.Iehoshua han tenido la oportunidad de adquirir una conciencia clara del exterior; ellos no viven en un gueto ni encerrados en una burbuja opaca, pero a la hora de incluir personajes en sus historias, loca­les o universales, ellos no se cuestionan si serán o no judíos, israelíes, o ambos.
De esta manera hemos transitado los últimos cincuenta años en una ambivalencia que no termina de definirse. La ficción, la memoria autobiográfica, el ensayo han dado nombres que alcanzaron relieve. Ellos han realizado su aporte a la literatura argentina desde su óptica judía, pero ¿han tenido el mismo éxito cuando su creación visitó las fuentes judías a partir de su ser argentino?¿En qué medida la temática judía en sí puede despertar interés en un lector medio no judío? ¿Debemos, pues. desgajarnos y escribir un doble mensaje: literatura judía para nuestras acólitos y literatura gentil para los demás?
Ante este panorama, rápi­damente gana espacio la dicotomía entre el "ser argentino" y el "ser judío", ­términos de una re­lación que se define como inversamente proporcional, en cuanto que si uno se incrementa, el otro decrece. Desde el exterior, no se acepta la coexistencia de la naturaleza argentina y judía. Más allá de la conjunción copulativa, lo que se impone es la disyunción.
Para llegar a la unidad del yo en un medio extraño, que es una forma de identidad plena, debe verificarse la igualdad completa entre el "ser argentino" y el "ser judío", o­peración, sin embargo, que no debe disolver actitudes propias de cada forma sino articular caracte­rísticas en una sumatoria creadora y no limitan­te. A pesar de ello, algunos judíos, que lamentablemente no son pocos, creyeron que hacer prevalecer su "ser argentino" implicaba abandonar las raíces y liquidar de ese modo sus rasgos particulares. Ese ingreso a la mayoría, sin embargo, conlleva la disolución de la identi­dad, la licuación de elementos esenciales en aras de un anonimato que no crea conflic­tos aparentes, pero cuyo sustrato está siempre presente y latente. Desapa­re­cer como judío y emerger como argentino a secas obra como una ilusión efímera. Su­mergirse en la mayoría, proletarizarse a costa de perder la identidad que es propia, no prestada ni simulada, lleva a desgarramientos peores por insatisfacción porque las mayorías no proponen soluciones a la angustia existen­cial, es tan sólo un dejarse llevar sin voluntad. Se pierde el cuerpo, mas la concien­cia sigue viva y más aún si es esa conciencia la que ha provocado buscar este último recurso.
En consecuencia, ese "ser judío" debe ser parte integrante de nuestro Ser. El judaísmo posee una potencia creadora que es propia de su milenaria vitalidad. ­Esa trayectoria se ha sustentado en un firme apego a la vida, a la incorpora­ción de valores que en la mayoría de los casos han sido de su propia invención y otros adaptados bajo el imperio de la aflicción. Todos ellos han conformado un corpus que no dudamos en calificar de "judío".
Esa propia característica es la que debe trascender, tanto en nuestra vida de relación como la que se vuelca en la creación artística. Sea en la literatura, las artes plásticas, la música, todas ellas en sus más variadas expresiones, ­podrán convertirse en terreno fértil para que esa potencia devenga en acto.
En ese intento por expresar lo judío no se exige al autor la construcción de epopeyas o relatos imponentes o siquiera una consciente dedicación al tema. El abanico de posibilidades que se abren abarca tanto el desarrollo de los ideales más nobles y la consolidación de un pensamiento libre como la no menos intensa recreación folklórica, la recupera­ción del idish como idioma esencial, la cocina, la picaresca de grupos marginados, gestos, la lengua cocoliche.

La descripción del interés que pueda despertar la temática judía como tal en un lector medio no judío merece recorrer algunos ejemplos En el año 1970, Marcos Aguinis ganó el prestigioso premio Planeta con una novela que para esos tiempos era poco menos que diabólica, La cruz inverti­da. Polémica, controvertida, atacaba el corazón de la religión oficial. Fue un éxito. A partir de entonces, Aguinis fue el estandarte de lo no convencional y para pesar de muchos lo hacía desde una posición de judío militante. Así vinieron Carta esperanzada a un general (1983), Un país de nove­la (1989), Nueva carta esperanzada a un general (1996), sin olvidar la fascinante La gesta del marrano en la que ataca despiadadamente el máximo símbolo del Cristianismo al que tilda de "instrumento de tortura" (pg. 433) y más recientemente su proclama ¡Ay, patria mía!
En 1995, la filósofa Diana Sperling publica su ensayo Genealogía del odio. Sobre el judaísmo en Occidente. Allí propone la disolución de la metafísica aristotélica como columna vertebral del pensamiento occidental y su reemplazo por las enseñanzas de la religión judía, pasando por alto al Cristianismo al que asimila al pensamiento clásico griego. Un año después, el filósofo Santiago Kovadloff presenta Lo irremediable. Moisés y el espíritu trágico del judaísmo, donde se marcan similitudes entre el judaísmo y la mitología griega inspiradora de la tragedia como género literario, y un paralelismo entre el legislador hebreo y Edipo.
Estos tres autores generan un espacio para la polémica con su atrevimiento de poner en duda lo establecido, lo inconmovible, lo definitivo. Estos tres autores judíos nos señalan el camino, a pesar de lo cual no es el único pues los otros que hemos mencionado siguen siendo válidos y recorrerlos en toda su extensión depende de quien inicia la marcha. Lo que realmente importa es que ante cada elaboración de un creador judío se adquiera la certeza ineludible de que se estará en presencia de un elemento del cual no se podrá prescindir, además de su calidad artística, por constituir­se en un registro de lo diferente, cuestionador de la realidad, agresivo contra las verdades aceptadas como definitivas. En una palabra, que muestra el otro lado de las cosas. O con las palabras más precisas de Saúl Sosnowski: "La percepción pública debe ir del extrañamiento ante el ser judío a la aceptación de que el ser judío sea la clave para comprender la turbulencia de ciertas historias y de todo tiempo. Se trata de verlo como índice de resistencia ante la represión masiva que sólo se autosatisface con la desaparición del inconforme". Y a partir de allí, "interesar no sólo al judío por su cuota de reconocimiento sino también al no-judío por su dosis de marginalidad frente a los ejes que adopta para definir su cultura y por la lectura renovada que hace de su propio pasado".
En este contexto, cobran también importancia los personajes judíos. No deben ser vistos como paradigmas o arquetipos, o resumiendo sobre sí virtudes y defectos. Ni el bueno legendario o el malo recalcitrante. Ni el Mesías salvador ­ni el demonio siempre dispuesto a hacer caer a los desprevenidos. Tan sólo gente común que vive alegrías, tristezas, esperanzas y decepciones, que expresan su judaísmo desde el centro vivencial o el margen desgarrador, pleno de dudas, sin olvidar las insinuaciones de un exterior colorido y saturado de tentaciones. Pero su actuación asimismo ha de reflejar el medio en que habi­tan, con la absoluta libertad de expresar opiniones, creencias y todo cuanto les inspire la realidad del país que han elegido para desarrollar su experien­cia vital. Los judíos somos cuestionadores por naturaleza y como señalé más arriba, siguiendo el concepto de Sosnowski, eso nos convierte en un "índice de la resistencia" frente a cuestiones que comprometen el devenir normal de la existencia.
En esas indagaciones el escritor judío puede ser puente hacia una comunicación constructiva con lectores que buscan otra mirada a las cosas que les suceden. En una época signada por la existencia de consumidores acríticos, la globaliza­ción, el pensamiento débil y la defunción por decreto de los grandes relatos emancipadores, el judaísmo emerge con la suficiente potencia para encabezar su propia búsqueda del sentido de la existencia, proponiéndola como alternativa cierta ante los embates de una posmodernidad interesadamente decadente, y los escrito­res judíos con la capacidad para llevar a cabo tal explora­ción. El resultado, ­natu­ralmen­te, dependerá del grado de compro­miso que posea el creador con sus raíces ancestrales.
Son tiempos difíciles pero lo serán más si acallamos la creación judía, crea­ción que sobrevivirá si nos escapamos de los moldes pasivos que se imponen desde afuera y, como siempre, nos mostramos provocativos, desafiantes, abiertos a la polémica con nuestros libros. Lo que se dice en buen idioma hebreo, jutzpáh.



BIBLIOGRAFÍA

Aizemberg, Edna. Books and Bombs in Buenos Aires. Borges, Gerchunof and Argentine-Jewish Writing, and. Brandeis University Press, New England (USA), 2002.

Aguinis, Marcos. La gesta del marrano, Editorial Planeta Argentina, Buenos Aires, 1992.

Gerchunoff, Alberto. Los gauchos judíos. Centro Editor de América Latina, Colección Capítulo, Buenos Aires, 1968 (primera edición en 1910).

Kovadloff, Santiago. Lo irremediable. Moisés y el espíritu trágico del judaísmo. Emecé Editores, Buenos Aires, 1996.

Onega, Gladys S. La inmigración en la literatura argentina. Galerna, Buenos Aires, 1969.

Senkman, Leonardo. La identidad judía en la literatura argentina. Pardés, Buenos Aires, 1988.

Sosnowski, Saúl. La orilla inminente. Escritores judíos argentinos, Edito­rial Legasa, Buenos Ai­res, 1987.

Sperling, Diana. Genealogía del odio. Sobre el judaísmo en Occidente. Emecé Editores, Buenos Aires,1995.

Viñas, David. Literarura argentina y política: de Lugones a Walsh. Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

lunes, 24 de agosto de 2009

EL TERRORISMO Y LOS PUEBLOS

EL TERRORISMO Y LOS PUEBLOS

PABLO A. FREINKEL


Dos o tres semanas atrás los medios periodísticos informaban acerca de una serie de atentados que la ETA, la organización terrorista vasca, había perpetrado en diferentes ciudades españolas, con el costo de vidas humanas y destrozos materiales. Inclusive el estado en que había quedado el edificio atacado en Palma de Mallorca tenía estremecedoras reminiscencias con el atentado cometido contra la sede de la AMIA, en Buenos Aires, hace ya quince años.
La indignación una vez más se hizo carne en el pueblo español aunque en esta ocasión no salieron a la calle para expresar su repudio. Hasta el rey Juan Carlos, quizás cediendo a sus genes reales, reclamó con sonoras palabras el fin de esos ataques indiscriminados y de sus perpetradores. Esas declaraciones sonaron demasiado cercanas para nuestra sensibilidad argentina; palabras como “aniquilación” remiten al comienzo de la más trágica etapa de la propia historia reciente.
No hay duda de que los españoles están decididamente en contra de las acciones terroristas de la ETA y que sólo son apoyadas por un minúsculo grupo, por lo general desde la clandestinidad y a través de medios de prensa de circulación reducida. Por supuesto, la expresión negativa que despierta el crimen de personas inocentes en circunstancias arteras, cobardes, debe merecer la condena unánime del mundo civilizado y respetuoso de los derechos humanos sin etiquetas. Pero me pregunto por qué el pueblo español y sus gobiernos, de cualquier signo ideológico que sean, demuestran su constante oposición a esas manifestaciones de odio. Una parte de ese interrogante está ya respondido: porque son civilizados y respetuosos de los derechos humanos. No obstante, hay algo más. Como todo hombre y mujer que se precie, y esto es un axioma que se observa a lo largo y lo ancho del mundo, se consideran honestos, trabajadores, fieles a sus principios (religiosos, políticos o deportivos), amantes de sus familias. En una palabra, son buena gente. Y por eso no se merecen la carga de odio destructivo a que los someten los separatistas vascos.
Mar Mediterráneo mediante, hacia el poniente, existe un pequeño país que desde hace sesenta años no puede establecer la paz con sus vecinos; ni siquiera es reconocido por ellos, excepto por dos que mantienen una paz fría a despecho de las innumerables ventajas que podrían obtener si el intercambio fuera activo. Ese Estado, de poco más de siete millones de habitantes, se ve sometido a la amenaza permanente de grupos belicosos que no sólo desean obtener concesiones permanentes ante sus demandas, sino que en el fondo anhelan su destrucción, que lisa y llanamente desaparezca de los mapas de los demás, porque en los suyos ni siquiera figura. Claman por sus derechos supuestamente violados en todo estrado regional, nacional o multinacional al cual consiguen llegar, ondean sus banderas reivindicatorias mientras exhiben al mundo el tratamiento que reciben por sus actividades, única manera posible ante la intransigencia de quienes lo someten. Israel, dicen, es el opresor, el Estado terrorista, el de las respuestas desmesuradas. Incapaces de enfrentarse a sus soldados en un combate de igual a igual, sus descargas operan contra objetivos civiles: coches-bomba, suicidas en colectivos, bares, centros comerciales, universidades, jardines de infantes. El objetivo es hacer el mayor daño posible, crear el caos y, por supuesto, matar.
¿Acaso no hay buenas personas en Israel? Que amen a sus familias, que defiendan sus principios, que se preocupen por los derechos humanos, honestos, trabajadores, civilizados...
El pueblo español está convencido de sus cualidades y del modelo humanista y democrático de su conciencia, por lo tanto no comprenden las razones por las cuales los terroristas vascos los han elegido para morir por su guerra independentista. Ellos no se merecen semejante distinción. Todo lo contrario, según su óptica, ocurre con los israelíes. Su Estado, no sus gobiernos, es el paradigma de la opresión, el avasallamiento, el ahogo y la violencia sin medida contra los palestinos, que únicamente desean desarrollarse en paz, que son víctimas y que responden como tales. En consecuencia, en semejante silogismo, el pueblo de Israel merece ser atacado, masacrado, denigrado, ofendido. Después de todo, ellos se lo han buscado...
Esta lógica demuestra que el terrorismo de ETA es malo porque agrede a un pueblo bueno como el español, que no ha hecho merecimientos para recibir ese trato desconsiderado, en tanto que el terrorismo fundamentalista islámico es bueno porque su designio es minar el dominio de su victimario, el pueblo israelí, que por tal motivo es malo y merece tal reacción. Esta teoría de los dos pueblos y los dos terrorismos es falsa porque los pueblos son innumerables, cada uno con sus características, sus naturalezas y sus diferencias. Sin embargo, existe un solo terrorismo, una sola modalidad que se basa en la alevosía de sus realizaciones, que golpea sin distinciones y con absoluta carencia de sentido humanitario. Mientras no se comprenda esta propiedad absoluta del fenómeno terrorista y se continúe buscando atenuantes para sus movimientos, la realidad nos dará permanente cuenta de sus arbitrariedades manchadas de sangre inocente.

lunes, 10 de agosto de 2009

TRADICIÓN E IDENTIDAD EN EL DEVENIR DEL JUDAÍSMO DEL SIGLO XXI

TRADICIÓN E IDENTIDAD EN EL DEVENIR DEL JUDAISMO DEL SIGLO XXI
PABLO A. FREINKEL

Identidad y tradición son los dos componentes que a lo largo de las generaciones los judíos hemos sabido mantener encendidos a pesar de las graves dificultades halladas en nuestro camino. Elementos que en el devenir diaspórico se dieron por añadidura, por la mera naturaleza de las cosas, favoreciendo el desarrollo de comunidades cerradas pero no por eso estancadas en su crecimiento espiritual e intelectual, si no material. Se sabía que afuera estaba el enemigo, el otro, aquel que con su actitud beligerante justificaba la construcción de características propias como grupo humano. El judaísmo, en consecuencia, apoyó su existencia en la hostilidad del entorno poniendo el acento en una edad de oro que poseía coordenadas históricas y geográficas precisas. Era el Edén, pero también era Sión: el retorno a la Casa de David y al templo de Salomón. De esa manera se podía tolerar la miseria, sobrellevar la angustia y aguardar confiados la llegada de un Mesías redentor.
La tradición y la identidad comenzaron a sufrir modificaciones cuando desde ese mismo exterior que las consolidaba como características indelegables fueron llegando claras señales de un relajamiento en el severo trato dispensado hasta ese momento. Entonces, la pared del gheto empezó a resquebrajarse y los necesarios aires de la renovación impregnaron de nuevas expectativas a algunos de sus habitantes, entre ellos los más inquietos o lábiles, que no obstante su origen judío veían una puerta de salida a su realización personal o a las ansiedades atávicamente reprimidas.
No obstante, la conciencia de pertenecer a un pueblo y relacionarse con él a través de lazos más emocionales que racionales preservó los principios esenciales del judaísmo, exaltados por la independencia del Estado de Israel y las guerras que debió afrontar para asegurar su continuidad.
Todo esto sucedía en nuestros países mientras su constitución y caracteres permanecían inalterables, asegurando un provincialismo que los distanciaba cada vez más de un mundo en continua evolución. Actitudes y costumbres que favorecían el desarrollo de una parálisis que eximía de pensar en nuevos modelos, en desarrollar alternativas para el futuro, o siquiera considerar soluciones para problemas que nunca se presentarían. En las comunidades judías cundió el mismo dejar hacer; la tradición y la identidad perennes eran suficiente reaseguro para ese lento boyar hacia la nada.
Pero todos los fantasmas se materializaron de pronto y en cascada. Y como se suele decir, cuando sabía las respuestas me cambiaron todas las preguntas.
De pronto, los dos elementos esenciales de las instituciones comunitarias (la identidad y la tradición) comenzaron a experimentar el asedio del entorno. Un asedio que, por supuesto, no era agresivo ni amenazante como solía ser en la antigüedad y que tenía como resultado la cohesión de los judíos, sino cautivador, silencioso, casi una trasgresión. Una invitación a salir al mundo dejando atrás antiguos valores.
Pablo Hupert sostiene que la tradición se halla ausente en el judaísmo contemporáneo (1). Al diluirse el componente religioso del judaísmo en la Modernidad, la tradición obró como constituyente unificador, una identificación muy primaria que tenía que ver con hábitos y costumbres de la infancia y algunas visiones del mundo desde el hogar o el club que eran judías. En la actualidad, sigue el autor, las tradiciones comunitarias se desdibujan y en consecuencia aparece un estado de perplejidad que busca puntos de apoyo en lo conocido o en lo que es más cercano. La tradición ya no es un discurso aglutinante y deja sus elementos a la deriva. La cuestión es saber qué es ser judío sin tradición.
En mi ensayo, titulado "Posibilidades y riesgos de una vida en el margen" (2), elaboro un modelo que representa el tránsito de la identidad judía desde un hipotético centro donde el ser judío se presenta denso y concentrado, una fase intermedia en la cual es posible aprehender los elementos externos sin abandonar los propios, favoreciendo un enriquecimiento con la interacción, hasta un margen que se encuentra en permanente contacto con un exterior abigarrado de experiencias y novedades. La gran presión que ejerce el animado mundo multicolor opera como un atractivo igualador que licua tradiciones, como sostiene Hupert, y debilita identidades.
Pero esta situación admite un paso más allá y está íntimamente relacionado con actitudes de los propios dirigentes. En un artículo publicado en el periódico Mundo Israelita, Ricardo Feierstein (3) afirma que muchas de las figuras creadas por el imaginario social durante décadas o siglos dentro de las comunidades judías y que se citan de continuo en conversaciones o estudios profundos, ya casi no existen. Menciona, como ejemplo, cuatro arquetipos clásicos: la "idishe mame", "el Pueblo del Libro", el "gaucho judío" y "el jalutz kibutziano que construye el Estado de Israel". Esta reiteración de modelos perimidos no encuentra respuesta en la mayoría de la gente, que comienza a alejarse del estándar propuesto porque no coincide con su realidad cotidiana. Feierstein concluye que estos "emisores de viejos slogans extreman los argumentos de siempre que desembocan en un fundamentalismo perjudicial".
De esta manera entre el exterior, que ofrece un sinfín de alternativas, y el interior, incapaz de generar opciones que atraigan al mayor número de personas posibles, se establece un grado de complicidad que irá en detrimento de las instancias comunitarias porque sobre ellas se ejerce el máximo de presión.
En aquella primera aproximación al tema del centro y los márgenes, mi propuesta era desarrollar los suficientes reparos en el alma judía a partir de una educación consagrada a poner de relieve nuestros valores y ofrecer así pautas que posibiliten la vida en esos márgenes sin exponernos a los riesgos conocidos. Pero, ¿qué clase de educación?
La educación no puede ir detrás de la vida, persiguiéndola en desigualdad de condiciones. Debe ser la luz que la guía para permitirle hallar el mejor camino posible. Una educación basada en espejismos del pasado está destinada a fracasar y en el caso de las comunidades judías, ese fracaso significa la disolución del riquísimo mensaje milenario propio que se halla, empero, inerme ante las acuciantes tentaciones del ahora, si no lo alimentamos y le damos un nuevo contenido, respetando los valiosos originales.
Me propongo, en consecuencia, buscar algunas opciones. Más arriba mencioné como una humorada la tragicómica situación que se da cuando al saber todas las respuestas nos cambian las preguntas. Hagamos esto. Cambiemos las preguntas. Un interrogante que se ha hecho habitual en los últimos tiempos y que ha dado motivo para realizar encuentros, concursos, mesas redondas y talleres de reflexión es ¿Qué significa ser judío hoy?. En su lugar animémonos a preguntar: ¿Cómo ser judío hoy?
En la actualidad se acepta en mayor o menor medida que es judío quien se autodefine como tal, tenga o no algún tipo de ascendencia o haya pasado o no por un proceso de conversión (4). Esta inclusión de variables al tronco común del judaísmo permite acceder a diferentes visiones dadas por las distintas posiciones que cada uno está en condiciones de aportar. Por supuesto, están aquellos que suman a partir de sus concepciones religiosas, pero también son importantes quienes contribuyen desde la ideología, la cultura formal y popular, la ciencia, el conocimiento de las tradiciones, y los que buscan su identidad a través de una vida con mayor responsabilidad social. Y también están aquellos que no se encuentran dentro de la órbita institucional, no son religiosos ni sionistas, no se identifican con el estado judío, incluso se consideran fuera de la diáspora, no tienen pertenencia a ningún club o country, no hablan hebreo ni idish y que lo único afirmativo que expresan es su calidad de judíos. Es lo que con acierto Pablo Hupert llama "judíos sueltos" (5). En este caso lo que priman son las vivencias personales (el aroma de las comidas, los gustos, los sabores, la presencia de un abuelo con una característica específica), que encadenadas remiten a un conjunto de recuerdos, si no propios, ejercidos por una memoria común.
Por lo tanto, tradición e identidad no parecen ser los paradigmas que aseguran el devenir del judaísmo. Douglas Rushkoff, ex-articulista del New York Times y profesor de la Universidad de esa ciudad, plantea el significado del judaísmo, cómo deberíamos acercarnos a él y el porqué de su declinación actual. El judaísmo no está escrito en piedra, dice, es un proceso en el cual debemos participar. Pero para que eso ocurra, no debemos tener vacas sagradas. Tenemos que saber cómo funciona, cómo se arman sus textos y lo que debemos hacer con ellos. El judaísmo ha hecho innumerables contribuciones a la civilización: todo desde el shabat hasta la justicia social. Pero cree que la principal contribución del judaísmo es la noción que los seres humanos pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir. No sólo en la agenda de la justicia social, sino en la espiritual y religiosa también. Las acciones de la gente hacen una diferencia y pueden mejorar el mundo.
Si alejamos nuestra atención de lo que podemos hacer por el judaísmo y en su lugar miramos lo que podemos hacer por el mundo, el judaísmo tendrá muchos miembros y será más fuerte. Lo mejor del judaísmo es cuando se lo practica y no cuando se gasta tiempo y dinero rogando a los jóvenes que se involucren. Si tenemos la suficiente fe en él, ellos vendrán. Las comunidades se forman naturalmente cuando la gente siente que es invitada a participar. Las comunidades judías se debilitan cuando la gente piensa que va ser conducida o adoctrinada. Con eso, las comunidades pierden su vitalidad y mueren. El judaísmo no es individualista, es un equipo. Muchos judíos han entendido su judaísmo como una obligación antes que un privilegio. Entre esos privilegios se encuentra ser una persona consciente y una persona de conciencia, el privilegio de conectarse con la obra maestra de la literatura mística, una herramienta exquisitamente inspirada para el conocimiento como la Torá, es un privilegio, participar en un minián como un igual o aprender con un gran maestro. Principalmente es un privilegio servir como una luz para todos los pueblos, "or lagoim", y participar en el viejo proyecto de muchas generaciones de hacer del mundo un mejor lugar para vivir (6).
Cómo ser judío hoy acá implica aplicar los valores del pueblo judío y difundirlos para que quienes se sientan consustanciados con ellos, a pesar de desconocer su origen, los tengan como antecedente válido para conocerse a sí mismos. No se trata de convencer a los que ya están convencidos ni de atraer a quienes ya se encuentran dentro del marco comunitario. La tarea es crear un espacio lo suficientemente amplio para recibir a quienes se dedican al estudio y la comprensión de esos valores que van desde el shabat hasta la justicia social, pero también incluyen la ética, los derechos humanos, la filosofía, la literatura, la protección del medio ambiente, el respeto y la defensa de la vida, la afirmación de la libertad, la interpretación de los textos esenciales, la igualdad entre todas las personas. Todos ellos operan como principios sustanciales y remiten su originalidad a la legislación establecida en el monte Sinaí.
Quienes vislumbren en su horizonte algunas de estas preocupaciones vitales tienen la obligación de saber que su análisis y desarrollo no ha comenzado ayer o el día anterior, su punto de partida se halla en el origen de la historia y llega hasta la actualidad como el legado de un pueblo que ha conocido el sufrimiento y la desolación por mantenerse fiel a esos principios. Tal vez, y sólo tal vez, si uno es honesto y posee la capacidad de reconocer deudas adquirirá ese compromiso que lo relaciona a una serie interminable de conocimientos. Los frutos son esa herencia y por medio de ellos es posible rastrear las raíces que los sustentan.
En esa aproximación al judaísmo, que se constituye en el sustrato original en que se basan sus preocupaciones intelectuales o prácticas, puede partir una manera alternativa de identificarse, a partir de la cual podrán descubrir el fascinante universo que lleva implícito.
NOTAS
(1)- Pablo Hupert, ¿Qué es ser judío hoy acá?, en ¿Qué significa ser judío hoy? Ensayos del Concurso AMIA 2004, Milá, Buenos Aires, 2005 pgs. 13-34.
(2)-Pablo A. Freinkel, Posibilidades y riesgos de una vida en el margen. Idem, pgs. 35-48
(3)- Ricardo Feierstein, "Imaginario social y realidad", Mundo Israelita, Buenos Aires, 3 de Marzo de 2006
(4)-Cf. Estudio Sociodemográfico de la población judía de Buenos Aires, Joint Distribution Committee, 2005.
(5)-Pablo Hupert, Judíos sueltos: De la vivencia a la experiencia. Comunicación personal.
(6)-Este artículo se encuentra en www.rushkoff.com/interviews/jewcy

viernes, 7 de agosto de 2009

EL DÍA QUE SIGMUND FREUD ASESINÓ A MOISÉS (NOVELA)

SOBRE LA NOVELA EL DÍA QUE SIGMUND FREUD ASESINO A MOISÉS

A fines de 1938, Sigmund Freud, exiliado con su familia en la capital inglesa, publicó en Ámsterdam su último y más polémico ensayo titulado “Moisés y la religión monoteísta”, en el cual planteaba el origen egipcio del máximo héroe del pueblo de Israel. El creador del psicoanálisis ponía aquí en juego todo su prestigio internacional reconociendo las objeciones que sus hermanos judíos y el mundo académico en general habrían de presentar ante una hipótesis tan audaz, especialmente en los difíciles momentos que transcurrían y que serían el prólogo a la tragedia del Holocausto. ¿Por qué el célebre Dr. Freud dio a la imprenta esa obra? ¿Acaso este libro era la prueba de su declinación, causada por la vejez y la enfermedad? ¿O había una razón diferente que se ocultaba en ese estudio y que expresaba sus verdaderos propósitos?
Siete décadas después, un periodista judeo-argentino se formula las mismas preguntas. Animado por una insólita “conspiración”, Marcos Opatoshu, cercano a sus cuarenta años, empleado en un mediocre periódico comunitario y rebelde a asumir compromisos y responsabilidades, descubre que una de las posibles respuestas al enigma planteado por el médico austríaco reside en una antigua tradición judía; pero, al mismo tiempo, habrá de enfrentarse con sus propios enigmas, que pondrán en entredicho la forma de vida que ha llevado hasta entonces.
Interesante estructura de novela policial. Una pesquisa humana e intelectual.


COMENTARIO DE STEPHEN A. SADOW

Profesor titular de Literatura Latinoamericana
Northeastern University
Boston, MA, EEUU.


Pablo A. Freinkel EL DIA QUE SIGMUND FREUD ASESINO A MOISES. Buenos Aires: Editorial Milá, 2009. 164 páginas.

Es un placer leer la primera novela de un novelista nuevo que capta y mantiene fuertemente el interés y la atención del lector. El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés de Pablo A. Freinkel es ese tipo de novela. Yo no pude hacerla a un lado. La leí sin parar. Tiene de todo: un complot detectivesco de nivel intelectual, personajes reales y reconocibles, el ambiente claramente argentino donde se desarrolla personalmente el protagonista y una fascinación por las cuestiones difíciles y oscuras, pero importantes. Marcos Opatashu, el personaje principal, tiene un amorío apasionante con Sonia Rossi, mientras él explora las motivaciones de nada menos que Sigmund Freud. Esta novela reciente es más que un libro cautivante.

Freud/Moisés es, según mi manera de ver, un bildungsroman o novela de aprendizaje; y así, sigue una fórmula bien conocida en la literatura argentina. Estas son novelas en las cuales un hombre busca su propia identidad y su lugar en el mundo y poco a poco los encuentra. Leída de esa manera, la novela recuerda a Adán Buenosayes (1948) de Leopoldo Marechal y Mestizo (1988,1994) de Ricardo Feierstein. Más al punto, Marcos Opatoshu, tiene mucho en común con Fabio Cáceres, el protagonista de Don Segundo Sombra (1927), el bildungsroman argentino por antonomasia. Empujado por fuerzas externas, Marcos, como Fabio, tiene que dejar su hogar, en este caso su loft, para enfrentarse con el mundo y al mismo tiempo llegar a conocerse a sí mismo. A la manera de don Segundo Sombra, el tutor inescrutable de Fabio, el librero don Segismundo se hace el mentor de Marcos. Como si fuera un titiritero, don Segismundo lo manipula y le desafía a hacerse fuerte. En las dos novelas, la educación del protagonista viene en una serie de lecciones, requiere un gran esfuerzo de su parte; y al fin le lleva a una comprensión de sí mismo, una auto-confianza creciente y unos cambios profundos en su vida. Entonces, nuestro héroe puede aceptar las responsabilidades de un hombre maduro, casarse, subir profesionalmente y reconciliarse con su familia.

Sin embargo, en Freud/Moisés, Freinkel adapta la vieja fórmula novelística. Marcos Opatoshu no es un joven. En términos modernos, sufre una crisis de mid-life, la de un hombre que tiene casi cuarenta años, trabaja en un puesto que realmente no le satisface, sin esposa o familia propia, sin metas. A la vez, es muy inteligente, inquisitivo, muy bien leído, y un buen tipo. Difiere de los protagonistas de las novelas y cuentos judío-norteamericanos de Saul Bellow, Philip Roth y Woody Allen. Ésas figuras progresan a regañadientes a una auto-emulación sicológica, llena de resentimientos y enojos. En cambio, Marcos, hombre judío-argentino, a pesar de las dudas que tiene, trabaja duro y, con la ayuda de otros, consigue el éxito que busca.

Envuelto en sus investigaciones, Marcos también parece el estudiante de pos-grado que se obliga día y noche para terminar con su tesis doctoral. Tiene que defender su disertación frente a un panel de expertos en el tema. Luego, tesis en mano, terminada la crisis, puede comenzar su profesión deseada. En términos judíos, Marcos ha llegado a ser un mensch, un hombre maduro. Y ahora puede tomar su posición en la bimá, la sección elevada y prestigiosa de la sinagoga.

Pero lo que sumamente intriga de esta novela es que no trata de una crisis sino de dos. Una cabe adentro de la otra en el estilo de una muñeca rusa. Lo que le importa a Marcos Opatoshu intelectualmente no es su propia crisis, sino la de un hombre viejo en los momentos finales de su vida. Toda la búsqueda de Marcos gira en torno del libro Moisés y la religión monoteísta, el último ensayo de Sigmund Freud. Freud, el padre del psicoanálisis y uno de los judíos más influyentes del siglo veinte, es casi un santo entre los psicoterapeutas de la Argentina. Marcos está obsesionado con el hecho de que Freud, en 1938 con la Shoá ya en marcha, escribiera ese texto que contradijo la historia bíblica del nacimiento de Moisés. Freud arguyó que el niño, que más tarde se convirtió en el líder del Éxodo de Egipto, no fue judío sino egipcio Al hacerlo, parecía atacar las bases históricas y teológicas del judaísmo. Durante la novela, Marcos, un reportero, tiene la hutzpá, (hubris) (osadía) de psicoanalizar al difunto gran maestro del psicoanálisis. Trataba de entender por qué un médico que sabía que iba a morir de un cáncer de la mandíbula, publicaría tales ideas en aquel momento.

También, Freud/Moisés es una novela de familia que describe en detalle a una familia judío-latinoamericana. Lo judío impregna la novela. Asistimos a la cena familiar típica que cierra el Día del Perdón. Conocemos a la madre de Marcos y su deseo de que se case con una mujer judía. Los demás parientes, orgullosos de su judaísmo y que sienten que a la vez son argentinos. Marcos resuelve la relación tensa con todos ellos; con su mamá en particular. Ocurre un entendimiento final con Sarita, su tía agonizante. La prima Susana se casa con Moshé, un jasid. Sonia, la amante y luego la novia no judía de Marcos, la shikse, cuyo apellido Rossi, según el personaje Emmanuel Rosenbaum, sugiere una ascendencia judía-italiana, y que piensa seriamente en la conversión al judaísmo. Además, las investigaciones de Marcos le hacen comprender el judaísmo laico y nunca negado de Sigmund Freud, y su deseo de ayudar a sus correligionarios que ya estaban en las garras de los nazis.

El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés incluye personajes tan bien desarrollados que parecen personas que el lector mismo ha conocido. La psicoanalista Perla es la doble de muchas que tienen sus consultorios en Buenos Aires. Y no es poco común el hombre medio abúlico, como Marcos cuando comienza la historia. Las descripciones detalladas de los ambientes que él frecuenta —su loft, los cafés bonaerenses, el departamento de su madre, junto a las de la casa de Sigmund Freud en Londres son auténticas y hasta fotográficas.

Como novela sufre de demasiadas coincidencias y es algo repetitiva. Parece que casi todos los personajes conocen en algún detalle la obra y vida de Sigmund Freud. Aún, uno de los personajes argentinos lo había entrevistado a Freud en Londres en 1938.

El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés capta al lector desde la primera página y lo lleva sin aliento hasta el fin. La novela tiene suspenso y sabiduría. Siguiendo el dictamen pronunciado en el prólogo de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en esta novela Pablo A. Freinkel educa mientras deleita al lector.

PRESENTACIÓN

PABLO A. FREINKEL

Nacido en Bahía Blanca (Argentina) en 1957. Licenciado en Bioquímica. Periodista y escritor. Publicó Diccionario Biográfico Bahiense (1994), Metafísica y Holocausto (ensayo, 2000) y El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés (novela, 2009). Expositor en los Encuentros Recreando la Cultura Judía, AMIA (2001, 2003, 2005, 2006), cuyas ponencias se publicaron en las respectivas compilaciones. Segundo Premio en el Concurso de Ensayos AMIA 2004 sobre “Qué significa ser judío hoy”, editado por Editorial Milá. Colaborador del semanario Mundo Israelita y de la revista Nuestra Memoria, de la Fundación Memorial del Holocausto, ambos de Buenos Aires, y de publicaciones de Jerusalem y Nueva York. Traductor voluntario inglés-español de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg. Desde 1995, co-conductor del programa radial Kol Hashalom (La voz de la paz) de su ciudad natal. Corresponsal de Radio Sefarad (España).