lunes, 24 de agosto de 2009

EL TERRORISMO Y LOS PUEBLOS

EL TERRORISMO Y LOS PUEBLOS

PABLO A. FREINKEL


Dos o tres semanas atrás los medios periodísticos informaban acerca de una serie de atentados que la ETA, la organización terrorista vasca, había perpetrado en diferentes ciudades españolas, con el costo de vidas humanas y destrozos materiales. Inclusive el estado en que había quedado el edificio atacado en Palma de Mallorca tenía estremecedoras reminiscencias con el atentado cometido contra la sede de la AMIA, en Buenos Aires, hace ya quince años.
La indignación una vez más se hizo carne en el pueblo español aunque en esta ocasión no salieron a la calle para expresar su repudio. Hasta el rey Juan Carlos, quizás cediendo a sus genes reales, reclamó con sonoras palabras el fin de esos ataques indiscriminados y de sus perpetradores. Esas declaraciones sonaron demasiado cercanas para nuestra sensibilidad argentina; palabras como “aniquilación” remiten al comienzo de la más trágica etapa de la propia historia reciente.
No hay duda de que los españoles están decididamente en contra de las acciones terroristas de la ETA y que sólo son apoyadas por un minúsculo grupo, por lo general desde la clandestinidad y a través de medios de prensa de circulación reducida. Por supuesto, la expresión negativa que despierta el crimen de personas inocentes en circunstancias arteras, cobardes, debe merecer la condena unánime del mundo civilizado y respetuoso de los derechos humanos sin etiquetas. Pero me pregunto por qué el pueblo español y sus gobiernos, de cualquier signo ideológico que sean, demuestran su constante oposición a esas manifestaciones de odio. Una parte de ese interrogante está ya respondido: porque son civilizados y respetuosos de los derechos humanos. No obstante, hay algo más. Como todo hombre y mujer que se precie, y esto es un axioma que se observa a lo largo y lo ancho del mundo, se consideran honestos, trabajadores, fieles a sus principios (religiosos, políticos o deportivos), amantes de sus familias. En una palabra, son buena gente. Y por eso no se merecen la carga de odio destructivo a que los someten los separatistas vascos.
Mar Mediterráneo mediante, hacia el poniente, existe un pequeño país que desde hace sesenta años no puede establecer la paz con sus vecinos; ni siquiera es reconocido por ellos, excepto por dos que mantienen una paz fría a despecho de las innumerables ventajas que podrían obtener si el intercambio fuera activo. Ese Estado, de poco más de siete millones de habitantes, se ve sometido a la amenaza permanente de grupos belicosos que no sólo desean obtener concesiones permanentes ante sus demandas, sino que en el fondo anhelan su destrucción, que lisa y llanamente desaparezca de los mapas de los demás, porque en los suyos ni siquiera figura. Claman por sus derechos supuestamente violados en todo estrado regional, nacional o multinacional al cual consiguen llegar, ondean sus banderas reivindicatorias mientras exhiben al mundo el tratamiento que reciben por sus actividades, única manera posible ante la intransigencia de quienes lo someten. Israel, dicen, es el opresor, el Estado terrorista, el de las respuestas desmesuradas. Incapaces de enfrentarse a sus soldados en un combate de igual a igual, sus descargas operan contra objetivos civiles: coches-bomba, suicidas en colectivos, bares, centros comerciales, universidades, jardines de infantes. El objetivo es hacer el mayor daño posible, crear el caos y, por supuesto, matar.
¿Acaso no hay buenas personas en Israel? Que amen a sus familias, que defiendan sus principios, que se preocupen por los derechos humanos, honestos, trabajadores, civilizados...
El pueblo español está convencido de sus cualidades y del modelo humanista y democrático de su conciencia, por lo tanto no comprenden las razones por las cuales los terroristas vascos los han elegido para morir por su guerra independentista. Ellos no se merecen semejante distinción. Todo lo contrario, según su óptica, ocurre con los israelíes. Su Estado, no sus gobiernos, es el paradigma de la opresión, el avasallamiento, el ahogo y la violencia sin medida contra los palestinos, que únicamente desean desarrollarse en paz, que son víctimas y que responden como tales. En consecuencia, en semejante silogismo, el pueblo de Israel merece ser atacado, masacrado, denigrado, ofendido. Después de todo, ellos se lo han buscado...
Esta lógica demuestra que el terrorismo de ETA es malo porque agrede a un pueblo bueno como el español, que no ha hecho merecimientos para recibir ese trato desconsiderado, en tanto que el terrorismo fundamentalista islámico es bueno porque su designio es minar el dominio de su victimario, el pueblo israelí, que por tal motivo es malo y merece tal reacción. Esta teoría de los dos pueblos y los dos terrorismos es falsa porque los pueblos son innumerables, cada uno con sus características, sus naturalezas y sus diferencias. Sin embargo, existe un solo terrorismo, una sola modalidad que se basa en la alevosía de sus realizaciones, que golpea sin distinciones y con absoluta carencia de sentido humanitario. Mientras no se comprenda esta propiedad absoluta del fenómeno terrorista y se continúe buscando atenuantes para sus movimientos, la realidad nos dará permanente cuenta de sus arbitrariedades manchadas de sangre inocente.

lunes, 10 de agosto de 2009

TRADICIÓN E IDENTIDAD EN EL DEVENIR DEL JUDAÍSMO DEL SIGLO XXI

TRADICIÓN E IDENTIDAD EN EL DEVENIR DEL JUDAISMO DEL SIGLO XXI
PABLO A. FREINKEL

Identidad y tradición son los dos componentes que a lo largo de las generaciones los judíos hemos sabido mantener encendidos a pesar de las graves dificultades halladas en nuestro camino. Elementos que en el devenir diaspórico se dieron por añadidura, por la mera naturaleza de las cosas, favoreciendo el desarrollo de comunidades cerradas pero no por eso estancadas en su crecimiento espiritual e intelectual, si no material. Se sabía que afuera estaba el enemigo, el otro, aquel que con su actitud beligerante justificaba la construcción de características propias como grupo humano. El judaísmo, en consecuencia, apoyó su existencia en la hostilidad del entorno poniendo el acento en una edad de oro que poseía coordenadas históricas y geográficas precisas. Era el Edén, pero también era Sión: el retorno a la Casa de David y al templo de Salomón. De esa manera se podía tolerar la miseria, sobrellevar la angustia y aguardar confiados la llegada de un Mesías redentor.
La tradición y la identidad comenzaron a sufrir modificaciones cuando desde ese mismo exterior que las consolidaba como características indelegables fueron llegando claras señales de un relajamiento en el severo trato dispensado hasta ese momento. Entonces, la pared del gheto empezó a resquebrajarse y los necesarios aires de la renovación impregnaron de nuevas expectativas a algunos de sus habitantes, entre ellos los más inquietos o lábiles, que no obstante su origen judío veían una puerta de salida a su realización personal o a las ansiedades atávicamente reprimidas.
No obstante, la conciencia de pertenecer a un pueblo y relacionarse con él a través de lazos más emocionales que racionales preservó los principios esenciales del judaísmo, exaltados por la independencia del Estado de Israel y las guerras que debió afrontar para asegurar su continuidad.
Todo esto sucedía en nuestros países mientras su constitución y caracteres permanecían inalterables, asegurando un provincialismo que los distanciaba cada vez más de un mundo en continua evolución. Actitudes y costumbres que favorecían el desarrollo de una parálisis que eximía de pensar en nuevos modelos, en desarrollar alternativas para el futuro, o siquiera considerar soluciones para problemas que nunca se presentarían. En las comunidades judías cundió el mismo dejar hacer; la tradición y la identidad perennes eran suficiente reaseguro para ese lento boyar hacia la nada.
Pero todos los fantasmas se materializaron de pronto y en cascada. Y como se suele decir, cuando sabía las respuestas me cambiaron todas las preguntas.
De pronto, los dos elementos esenciales de las instituciones comunitarias (la identidad y la tradición) comenzaron a experimentar el asedio del entorno. Un asedio que, por supuesto, no era agresivo ni amenazante como solía ser en la antigüedad y que tenía como resultado la cohesión de los judíos, sino cautivador, silencioso, casi una trasgresión. Una invitación a salir al mundo dejando atrás antiguos valores.
Pablo Hupert sostiene que la tradición se halla ausente en el judaísmo contemporáneo (1). Al diluirse el componente religioso del judaísmo en la Modernidad, la tradición obró como constituyente unificador, una identificación muy primaria que tenía que ver con hábitos y costumbres de la infancia y algunas visiones del mundo desde el hogar o el club que eran judías. En la actualidad, sigue el autor, las tradiciones comunitarias se desdibujan y en consecuencia aparece un estado de perplejidad que busca puntos de apoyo en lo conocido o en lo que es más cercano. La tradición ya no es un discurso aglutinante y deja sus elementos a la deriva. La cuestión es saber qué es ser judío sin tradición.
En mi ensayo, titulado "Posibilidades y riesgos de una vida en el margen" (2), elaboro un modelo que representa el tránsito de la identidad judía desde un hipotético centro donde el ser judío se presenta denso y concentrado, una fase intermedia en la cual es posible aprehender los elementos externos sin abandonar los propios, favoreciendo un enriquecimiento con la interacción, hasta un margen que se encuentra en permanente contacto con un exterior abigarrado de experiencias y novedades. La gran presión que ejerce el animado mundo multicolor opera como un atractivo igualador que licua tradiciones, como sostiene Hupert, y debilita identidades.
Pero esta situación admite un paso más allá y está íntimamente relacionado con actitudes de los propios dirigentes. En un artículo publicado en el periódico Mundo Israelita, Ricardo Feierstein (3) afirma que muchas de las figuras creadas por el imaginario social durante décadas o siglos dentro de las comunidades judías y que se citan de continuo en conversaciones o estudios profundos, ya casi no existen. Menciona, como ejemplo, cuatro arquetipos clásicos: la "idishe mame", "el Pueblo del Libro", el "gaucho judío" y "el jalutz kibutziano que construye el Estado de Israel". Esta reiteración de modelos perimidos no encuentra respuesta en la mayoría de la gente, que comienza a alejarse del estándar propuesto porque no coincide con su realidad cotidiana. Feierstein concluye que estos "emisores de viejos slogans extreman los argumentos de siempre que desembocan en un fundamentalismo perjudicial".
De esta manera entre el exterior, que ofrece un sinfín de alternativas, y el interior, incapaz de generar opciones que atraigan al mayor número de personas posibles, se establece un grado de complicidad que irá en detrimento de las instancias comunitarias porque sobre ellas se ejerce el máximo de presión.
En aquella primera aproximación al tema del centro y los márgenes, mi propuesta era desarrollar los suficientes reparos en el alma judía a partir de una educación consagrada a poner de relieve nuestros valores y ofrecer así pautas que posibiliten la vida en esos márgenes sin exponernos a los riesgos conocidos. Pero, ¿qué clase de educación?
La educación no puede ir detrás de la vida, persiguiéndola en desigualdad de condiciones. Debe ser la luz que la guía para permitirle hallar el mejor camino posible. Una educación basada en espejismos del pasado está destinada a fracasar y en el caso de las comunidades judías, ese fracaso significa la disolución del riquísimo mensaje milenario propio que se halla, empero, inerme ante las acuciantes tentaciones del ahora, si no lo alimentamos y le damos un nuevo contenido, respetando los valiosos originales.
Me propongo, en consecuencia, buscar algunas opciones. Más arriba mencioné como una humorada la tragicómica situación que se da cuando al saber todas las respuestas nos cambian las preguntas. Hagamos esto. Cambiemos las preguntas. Un interrogante que se ha hecho habitual en los últimos tiempos y que ha dado motivo para realizar encuentros, concursos, mesas redondas y talleres de reflexión es ¿Qué significa ser judío hoy?. En su lugar animémonos a preguntar: ¿Cómo ser judío hoy?
En la actualidad se acepta en mayor o menor medida que es judío quien se autodefine como tal, tenga o no algún tipo de ascendencia o haya pasado o no por un proceso de conversión (4). Esta inclusión de variables al tronco común del judaísmo permite acceder a diferentes visiones dadas por las distintas posiciones que cada uno está en condiciones de aportar. Por supuesto, están aquellos que suman a partir de sus concepciones religiosas, pero también son importantes quienes contribuyen desde la ideología, la cultura formal y popular, la ciencia, el conocimiento de las tradiciones, y los que buscan su identidad a través de una vida con mayor responsabilidad social. Y también están aquellos que no se encuentran dentro de la órbita institucional, no son religiosos ni sionistas, no se identifican con el estado judío, incluso se consideran fuera de la diáspora, no tienen pertenencia a ningún club o country, no hablan hebreo ni idish y que lo único afirmativo que expresan es su calidad de judíos. Es lo que con acierto Pablo Hupert llama "judíos sueltos" (5). En este caso lo que priman son las vivencias personales (el aroma de las comidas, los gustos, los sabores, la presencia de un abuelo con una característica específica), que encadenadas remiten a un conjunto de recuerdos, si no propios, ejercidos por una memoria común.
Por lo tanto, tradición e identidad no parecen ser los paradigmas que aseguran el devenir del judaísmo. Douglas Rushkoff, ex-articulista del New York Times y profesor de la Universidad de esa ciudad, plantea el significado del judaísmo, cómo deberíamos acercarnos a él y el porqué de su declinación actual. El judaísmo no está escrito en piedra, dice, es un proceso en el cual debemos participar. Pero para que eso ocurra, no debemos tener vacas sagradas. Tenemos que saber cómo funciona, cómo se arman sus textos y lo que debemos hacer con ellos. El judaísmo ha hecho innumerables contribuciones a la civilización: todo desde el shabat hasta la justicia social. Pero cree que la principal contribución del judaísmo es la noción que los seres humanos pueden hacer del mundo un mejor lugar para vivir. No sólo en la agenda de la justicia social, sino en la espiritual y religiosa también. Las acciones de la gente hacen una diferencia y pueden mejorar el mundo.
Si alejamos nuestra atención de lo que podemos hacer por el judaísmo y en su lugar miramos lo que podemos hacer por el mundo, el judaísmo tendrá muchos miembros y será más fuerte. Lo mejor del judaísmo es cuando se lo practica y no cuando se gasta tiempo y dinero rogando a los jóvenes que se involucren. Si tenemos la suficiente fe en él, ellos vendrán. Las comunidades se forman naturalmente cuando la gente siente que es invitada a participar. Las comunidades judías se debilitan cuando la gente piensa que va ser conducida o adoctrinada. Con eso, las comunidades pierden su vitalidad y mueren. El judaísmo no es individualista, es un equipo. Muchos judíos han entendido su judaísmo como una obligación antes que un privilegio. Entre esos privilegios se encuentra ser una persona consciente y una persona de conciencia, el privilegio de conectarse con la obra maestra de la literatura mística, una herramienta exquisitamente inspirada para el conocimiento como la Torá, es un privilegio, participar en un minián como un igual o aprender con un gran maestro. Principalmente es un privilegio servir como una luz para todos los pueblos, "or lagoim", y participar en el viejo proyecto de muchas generaciones de hacer del mundo un mejor lugar para vivir (6).
Cómo ser judío hoy acá implica aplicar los valores del pueblo judío y difundirlos para que quienes se sientan consustanciados con ellos, a pesar de desconocer su origen, los tengan como antecedente válido para conocerse a sí mismos. No se trata de convencer a los que ya están convencidos ni de atraer a quienes ya se encuentran dentro del marco comunitario. La tarea es crear un espacio lo suficientemente amplio para recibir a quienes se dedican al estudio y la comprensión de esos valores que van desde el shabat hasta la justicia social, pero también incluyen la ética, los derechos humanos, la filosofía, la literatura, la protección del medio ambiente, el respeto y la defensa de la vida, la afirmación de la libertad, la interpretación de los textos esenciales, la igualdad entre todas las personas. Todos ellos operan como principios sustanciales y remiten su originalidad a la legislación establecida en el monte Sinaí.
Quienes vislumbren en su horizonte algunas de estas preocupaciones vitales tienen la obligación de saber que su análisis y desarrollo no ha comenzado ayer o el día anterior, su punto de partida se halla en el origen de la historia y llega hasta la actualidad como el legado de un pueblo que ha conocido el sufrimiento y la desolación por mantenerse fiel a esos principios. Tal vez, y sólo tal vez, si uno es honesto y posee la capacidad de reconocer deudas adquirirá ese compromiso que lo relaciona a una serie interminable de conocimientos. Los frutos son esa herencia y por medio de ellos es posible rastrear las raíces que los sustentan.
En esa aproximación al judaísmo, que se constituye en el sustrato original en que se basan sus preocupaciones intelectuales o prácticas, puede partir una manera alternativa de identificarse, a partir de la cual podrán descubrir el fascinante universo que lleva implícito.
NOTAS
(1)- Pablo Hupert, ¿Qué es ser judío hoy acá?, en ¿Qué significa ser judío hoy? Ensayos del Concurso AMIA 2004, Milá, Buenos Aires, 2005 pgs. 13-34.
(2)-Pablo A. Freinkel, Posibilidades y riesgos de una vida en el margen. Idem, pgs. 35-48
(3)- Ricardo Feierstein, "Imaginario social y realidad", Mundo Israelita, Buenos Aires, 3 de Marzo de 2006
(4)-Cf. Estudio Sociodemográfico de la población judía de Buenos Aires, Joint Distribution Committee, 2005.
(5)-Pablo Hupert, Judíos sueltos: De la vivencia a la experiencia. Comunicación personal.
(6)-Este artículo se encuentra en www.rushkoff.com/interviews/jewcy

viernes, 7 de agosto de 2009

EL DÍA QUE SIGMUND FREUD ASESINÓ A MOISÉS (NOVELA)

SOBRE LA NOVELA EL DÍA QUE SIGMUND FREUD ASESINO A MOISÉS

A fines de 1938, Sigmund Freud, exiliado con su familia en la capital inglesa, publicó en Ámsterdam su último y más polémico ensayo titulado “Moisés y la religión monoteísta”, en el cual planteaba el origen egipcio del máximo héroe del pueblo de Israel. El creador del psicoanálisis ponía aquí en juego todo su prestigio internacional reconociendo las objeciones que sus hermanos judíos y el mundo académico en general habrían de presentar ante una hipótesis tan audaz, especialmente en los difíciles momentos que transcurrían y que serían el prólogo a la tragedia del Holocausto. ¿Por qué el célebre Dr. Freud dio a la imprenta esa obra? ¿Acaso este libro era la prueba de su declinación, causada por la vejez y la enfermedad? ¿O había una razón diferente que se ocultaba en ese estudio y que expresaba sus verdaderos propósitos?
Siete décadas después, un periodista judeo-argentino se formula las mismas preguntas. Animado por una insólita “conspiración”, Marcos Opatoshu, cercano a sus cuarenta años, empleado en un mediocre periódico comunitario y rebelde a asumir compromisos y responsabilidades, descubre que una de las posibles respuestas al enigma planteado por el médico austríaco reside en una antigua tradición judía; pero, al mismo tiempo, habrá de enfrentarse con sus propios enigmas, que pondrán en entredicho la forma de vida que ha llevado hasta entonces.
Interesante estructura de novela policial. Una pesquisa humana e intelectual.


COMENTARIO DE STEPHEN A. SADOW

Profesor titular de Literatura Latinoamericana
Northeastern University
Boston, MA, EEUU.


Pablo A. Freinkel EL DIA QUE SIGMUND FREUD ASESINO A MOISES. Buenos Aires: Editorial Milá, 2009. 164 páginas.

Es un placer leer la primera novela de un novelista nuevo que capta y mantiene fuertemente el interés y la atención del lector. El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés de Pablo A. Freinkel es ese tipo de novela. Yo no pude hacerla a un lado. La leí sin parar. Tiene de todo: un complot detectivesco de nivel intelectual, personajes reales y reconocibles, el ambiente claramente argentino donde se desarrolla personalmente el protagonista y una fascinación por las cuestiones difíciles y oscuras, pero importantes. Marcos Opatashu, el personaje principal, tiene un amorío apasionante con Sonia Rossi, mientras él explora las motivaciones de nada menos que Sigmund Freud. Esta novela reciente es más que un libro cautivante.

Freud/Moisés es, según mi manera de ver, un bildungsroman o novela de aprendizaje; y así, sigue una fórmula bien conocida en la literatura argentina. Estas son novelas en las cuales un hombre busca su propia identidad y su lugar en el mundo y poco a poco los encuentra. Leída de esa manera, la novela recuerda a Adán Buenosayes (1948) de Leopoldo Marechal y Mestizo (1988,1994) de Ricardo Feierstein. Más al punto, Marcos Opatoshu, tiene mucho en común con Fabio Cáceres, el protagonista de Don Segundo Sombra (1927), el bildungsroman argentino por antonomasia. Empujado por fuerzas externas, Marcos, como Fabio, tiene que dejar su hogar, en este caso su loft, para enfrentarse con el mundo y al mismo tiempo llegar a conocerse a sí mismo. A la manera de don Segundo Sombra, el tutor inescrutable de Fabio, el librero don Segismundo se hace el mentor de Marcos. Como si fuera un titiritero, don Segismundo lo manipula y le desafía a hacerse fuerte. En las dos novelas, la educación del protagonista viene en una serie de lecciones, requiere un gran esfuerzo de su parte; y al fin le lleva a una comprensión de sí mismo, una auto-confianza creciente y unos cambios profundos en su vida. Entonces, nuestro héroe puede aceptar las responsabilidades de un hombre maduro, casarse, subir profesionalmente y reconciliarse con su familia.

Sin embargo, en Freud/Moisés, Freinkel adapta la vieja fórmula novelística. Marcos Opatoshu no es un joven. En términos modernos, sufre una crisis de mid-life, la de un hombre que tiene casi cuarenta años, trabaja en un puesto que realmente no le satisface, sin esposa o familia propia, sin metas. A la vez, es muy inteligente, inquisitivo, muy bien leído, y un buen tipo. Difiere de los protagonistas de las novelas y cuentos judío-norteamericanos de Saul Bellow, Philip Roth y Woody Allen. Ésas figuras progresan a regañadientes a una auto-emulación sicológica, llena de resentimientos y enojos. En cambio, Marcos, hombre judío-argentino, a pesar de las dudas que tiene, trabaja duro y, con la ayuda de otros, consigue el éxito que busca.

Envuelto en sus investigaciones, Marcos también parece el estudiante de pos-grado que se obliga día y noche para terminar con su tesis doctoral. Tiene que defender su disertación frente a un panel de expertos en el tema. Luego, tesis en mano, terminada la crisis, puede comenzar su profesión deseada. En términos judíos, Marcos ha llegado a ser un mensch, un hombre maduro. Y ahora puede tomar su posición en la bimá, la sección elevada y prestigiosa de la sinagoga.

Pero lo que sumamente intriga de esta novela es que no trata de una crisis sino de dos. Una cabe adentro de la otra en el estilo de una muñeca rusa. Lo que le importa a Marcos Opatoshu intelectualmente no es su propia crisis, sino la de un hombre viejo en los momentos finales de su vida. Toda la búsqueda de Marcos gira en torno del libro Moisés y la religión monoteísta, el último ensayo de Sigmund Freud. Freud, el padre del psicoanálisis y uno de los judíos más influyentes del siglo veinte, es casi un santo entre los psicoterapeutas de la Argentina. Marcos está obsesionado con el hecho de que Freud, en 1938 con la Shoá ya en marcha, escribiera ese texto que contradijo la historia bíblica del nacimiento de Moisés. Freud arguyó que el niño, que más tarde se convirtió en el líder del Éxodo de Egipto, no fue judío sino egipcio Al hacerlo, parecía atacar las bases históricas y teológicas del judaísmo. Durante la novela, Marcos, un reportero, tiene la hutzpá, (hubris) (osadía) de psicoanalizar al difunto gran maestro del psicoanálisis. Trataba de entender por qué un médico que sabía que iba a morir de un cáncer de la mandíbula, publicaría tales ideas en aquel momento.

También, Freud/Moisés es una novela de familia que describe en detalle a una familia judío-latinoamericana. Lo judío impregna la novela. Asistimos a la cena familiar típica que cierra el Día del Perdón. Conocemos a la madre de Marcos y su deseo de que se case con una mujer judía. Los demás parientes, orgullosos de su judaísmo y que sienten que a la vez son argentinos. Marcos resuelve la relación tensa con todos ellos; con su mamá en particular. Ocurre un entendimiento final con Sarita, su tía agonizante. La prima Susana se casa con Moshé, un jasid. Sonia, la amante y luego la novia no judía de Marcos, la shikse, cuyo apellido Rossi, según el personaje Emmanuel Rosenbaum, sugiere una ascendencia judía-italiana, y que piensa seriamente en la conversión al judaísmo. Además, las investigaciones de Marcos le hacen comprender el judaísmo laico y nunca negado de Sigmund Freud, y su deseo de ayudar a sus correligionarios que ya estaban en las garras de los nazis.

El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés incluye personajes tan bien desarrollados que parecen personas que el lector mismo ha conocido. La psicoanalista Perla es la doble de muchas que tienen sus consultorios en Buenos Aires. Y no es poco común el hombre medio abúlico, como Marcos cuando comienza la historia. Las descripciones detalladas de los ambientes que él frecuenta —su loft, los cafés bonaerenses, el departamento de su madre, junto a las de la casa de Sigmund Freud en Londres son auténticas y hasta fotográficas.

Como novela sufre de demasiadas coincidencias y es algo repetitiva. Parece que casi todos los personajes conocen en algún detalle la obra y vida de Sigmund Freud. Aún, uno de los personajes argentinos lo había entrevistado a Freud en Londres en 1938.

El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés capta al lector desde la primera página y lo lleva sin aliento hasta el fin. La novela tiene suspenso y sabiduría. Siguiendo el dictamen pronunciado en el prólogo de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en esta novela Pablo A. Freinkel educa mientras deleita al lector.

PRESENTACIÓN

PABLO A. FREINKEL

Nacido en Bahía Blanca (Argentina) en 1957. Licenciado en Bioquímica. Periodista y escritor. Publicó Diccionario Biográfico Bahiense (1994), Metafísica y Holocausto (ensayo, 2000) y El día que Sigmund Freud asesinó a Moisés (novela, 2009). Expositor en los Encuentros Recreando la Cultura Judía, AMIA (2001, 2003, 2005, 2006), cuyas ponencias se publicaron en las respectivas compilaciones. Segundo Premio en el Concurso de Ensayos AMIA 2004 sobre “Qué significa ser judío hoy”, editado por Editorial Milá. Colaborador del semanario Mundo Israelita y de la revista Nuestra Memoria, de la Fundación Memorial del Holocausto, ambos de Buenos Aires, y de publicaciones de Jerusalem y Nueva York. Traductor voluntario inglés-español de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg. Desde 1995, co-conductor del programa radial Kol Hashalom (La voz de la paz) de su ciudad natal. Corresponsal de Radio Sefarad (España).